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Tu toque ¿edifica o destruye?

Al ejercer su ministerio de sanidad, una y otra vez Jesús tocó a aquellos a los cuales sanaba. Fueran ciegos, sordos o cojos. Muchos de ellos recibieron el toque personal de Jesús. Había poder divino en aquel toque, pero también había algo más, había amor divino. Era una indicación de que Jesús no les rechazaba por sus enfermedades, su suciedad, su pecado o su estado de vida. El los aceptó como eran.
Hoy día, nosotras somos las manos de Jesús. Es nuestra la tarea de «Tocar al mundo». Pero en nosotras está si lo edificamos o lo destruimos.
O.T. ¿Cómo podemos, pues, cumplir con esta tarea?

1. Primeramente necesitamos ser tocadas por Dios cada día.
Mateo 22:39 nos dice que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotras mismos. Entonces es importante cuidar de nosotras mismas si hemos de tocar a otros por Él. Es importante pasar tiempo escuchando a Dios, que nos dé dirección específica, dejar que el nos quite nuestras cargas, que ponga en orden nuestras prioridades y que nos llene de amor, descanso y la perspectiva que necesitamos para trabajar como Él desea que lo hagamos. Cuando llenamos nuestro espíritu de Su comunión y nos enfocamos en Su amor, podemos llevar la luz del evangelio dentro de nosotras y no se puede esconder. Para que donde quiera que vayamos salga el resplandor de Él motivando, inspirando, dando conocimiento, animando y revistiendo de poder a los que están a nuestro alrededor: nuestro hogar, comunidad y el mundo.

2. Luego de haber sentido el toque del Maestro, debemos tocar las vida de aquellos quienes Dios ha puesto a nuestro cuidado.
Cada una debe pedir a Dios que le muestre cual área de nuestra vida puede mejor reflejar a Dios en nosotras dentro de nuestro hogar. ¿Aman nuestras manos? o ¿temen nuestras manos? Proverbios 31:10-31.
A. Cuando tocas al Maestro, el te da nuevas manos.

3. Después de tocar a los nuestros, podremos así impactar a los que están en nuestra esfera de influencia.
Nuestra meta es ser «Biblia abierta», que puedan ver el Evangelio en nosotras. En nuestra acciones, palabras y conducta.

Conclusión: Para Dios no hace diferencia qué clase de manos tengas. Si están extendidas a El, El honrará tu deseo. Tus manos pueden pesarte con las posesiones de otra persona, o sin coordinación por demasiado alcohol, o temblando con drogas, o incluso manchadas con la sangre de otra persona, pero Dios extiende Sus manos para darte la bienvenida. Tus manos pueden estar temblando con temor, blancas de humillación, y frías de vergüenza, pero Dios te alienta a que las extiendas valiente y atrevidamente (Jn. 6:37). Tus manos pueden estar fatigadas de intentar ganas alguna paz mental, o cansadas de haber intentado un estilo de vida tras otro o ansiosas de asir una verdad que satisfaga. El dice (Jn. 7:37) Tus manos pueden estar atormentadas con atritis, callosas por el trabajo, torcidas con desespero, o húmedas de lágrimas, pero si tu las extiendes a El encontrarás alivio (Mt. 11:28-30). Tus manos pueden estar como las de Pedro, temblando con temor a la vista de las olas turbulentas. Puedes estar a punto de ser tragada por las olas de la presión del desaliento, del desastre financiero o de la enfermedad. Pero del mismo modo que Jesús extendió su mano para librar a Pedro, así la extiende para guardarte por encima de las olas del mar de la vida. (Mt. 14:25-33). Y así, al haber tocado al Maestro, podrás tocar a otros.

1
Yo anhelo tocar a Cristo,
Cuando El pase por aquí.
Y así tocaré a otros
Y sabrán que toqué a Jesús.

Coro
Con mi mano extendida
Tocaré a mi Jesús
Y así tocaré a la gente.
Y sabrán que toqué a Jesús.

2
Hay un río, un río que fluye
De muy dentro de mi corazón.
Y que limpia toda mi alma.
Santo Espíritu llena mi ser.