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¿QUIÉN ES LA GENTE REALMENTE FELIZ?

Y el poeta respondió: “Aquel que se halla más cerca de Dios”. La felicidad bajo el concepto humano es diametralmente opuesta a la felicidad bajo la perspectiva divina. La felicidad, hablamos de aquella donde los hombres y mujeres concentra la mayor búsqueda y atención en su diario andar, tiene un solo objetivo: adquirir lo suficiente y necesario para lograrla. Se va al trabajo porque hay la firme esperanza que a través del sustento se puede lograr cierta felicidad en el contexto familiar. Se estudia hasta lograr una profesión porque a través de ella podemos alcanzar la felicidad que desde muy temprano en la vida añoramos. Anhelamos muchas cosas materiales porque queremos ser felices. Nuestras sociedades de consumo nos venden todos los días la “manera” para ser feliz. Se nos hace vivir bajo ciertos “sueños de felicidad”. Y así se trabaja incansablemente hasta adquirir los “productos de felicidad”. Los placeres y los vicios tienen la misión de traer una cierta “felicidad” al que los practica y los consume. Mientras más excitantes sean las experiencias mayor será la probabilidad para ser feliz. El mundo es un espejismo de felicidad. No importa que se vaya contra todos los valores morales y espirituales establecidos con tal que ella sea lograda. Pero contrario a todo esto, la felicidad real, aquella donde Dios trabaja y se la ofrece al hombre, con frecuencia es opuesta a lo cotidianamente establecido. Jesucristo habló de la felicidad en términos de las bienaventuranzas. En ellas se puede ver un cuadro un tanto revolucionario sobre los estándares de felicidad que el mundo ofrece. Descubramos a la luz de Jesús quién es la gente realmente feliz. Según la Biblia, el hombre feliz es un hombre bienaventurado.

ORACIÓN DE TRANSICIÓN: La Biblia nos da las características de la verdadera felicidad.

I. LA GENTE REALMENTE FELIZ SON LOS DESPOSEÍDOS v.20
Aquí es donde comienza a verse la extraordinaria diferencia en las enseñanzas de Jesús. Para el mundo, son los ricos los felices; para Jesús son los pobres. ¿Quién puede asociar la felicidad con la pobreza? ¿Quién puede pensar que los que menos tienen son los candidatos para ser felices? Por supuesto que cuando hablamos aquí de pobreza no nos referimos exclusivamente a la material. Tenemos que reconocer que no hay bendición inherente en la pobreza material. Hay por lo menos tres términos para la pobreza en el original griego. Aquí Jesús está usando el más fuerte para describir algo así como una condición desesperante y de absoluta destitución. Las llamadas “pobreza crítica” y “pobreza extrema” con las que son tan golpeadas tantas naciones en el mundo, nos dan una idea de lo Jesús estaría hablando, solo que él va más allá al hablarnos de una «pobreza espiritual». Por Mateo sabemos que Jesús habla de los “pobres en espíritu” (Mt. 5:3). La comparación sería con un mendigo que depende absolutamente de las bondades de los demás para vivir. Un mendigo no tiene la esperanza de un trabajo ni de los beneficios médicos para su salud; su condición es de extrema necesidad y solo otros podrían ayudarle. Con esta idea Jesús está dibujando a un discípulo quien reconoce que en su corazón no tiene ningún tipo de recursos espirituales, ni ningún tipo de méritos propios para alcanzar la salvación a parte de Cristo. Los pobres en espíritu son aquella gente que se olvida de sí mismo, de su autosuficiencia para luego aferrarse a Cristo como su única fuente de seguridad y felicidad. En este contexto no hay cabida para los orgullosos y soberbios. Solo para los “pobres en espíritu” hay una herencia celestial. El texto categóricamente dice: “porque de los tales es el reino de los cielos” v.20b. En este tipo de felicidad que nos presenta Jesús, los pobres pueden ser ricos pero también los ricos pueden ser ricos, y también los pobres pueden permanecer pobres. La felicidad espiritual no depende de mi condición social. Todos tenemos acceso a ella; solo se requiere de tener una “pobreza espiritual”, que despierta mi gran necesidad para buscar al Señor. El «pobre en espíritu» es el hombre que se ha dado cuenta que las cosas no significan nada, y que Dios lo significa todo. La pobreza bienaventurada es la del «pobre en espíritu», la del hombre que reconoce su propia falta de recursos para hacer frente a la exigencias de la vida y encuentra la ayuda y la fortaleza que necesita en Dios. Solo el que hace la voluntad de Dios en la tierra es ciudadano del reino. Y los «pobres en espíritu» serán los ciudadanos de ese reino. ¿Radica tu felicidad en esta pobreza?


II. LA GENTE REALMENTE FELIZ SON AQUELLOS QUE TIENEN HAMBRE v.21a
Tenemos que admitir que la gran mayoría de nosotros no sabe lo que es realmente pasar hambre o sed, especialmente cuando vemos o leemos acerca de la cantidad de gente que muere por este flagelo en otras partes del mundo. ¿Sabía usted que según las estadísticas de las Naciones Unidas cada 3.6 segundos muere una persona de hambre?<<<LINK>>> Para muchos de nosotros, la comida sencillamente está lista, aguardando para ser consumida. Es más, tenemos que admitir que a veces hasta se pierde, mientras que otros la anhelan tremendamente. Pero por seguro que el hambre de esta bienaventuranza no es un «apetito» que se puede satisfacer con una comida rápida, tan de moda en estos tiempos. Las mejores y más exquisitas comidas no pueden satisfacer el hambre de esta bienaventuranza. ¿De qué, pues, está hablando el Señor? ¿A qué hambre se refiere? Por el apóstol Mateo conocemos que esta es un «hambre de justicia»; hablamos de la justicia divina. El hombre realmente feliz es aquel en quien se desarrolla un hambre por las cosas de Dios, tales como buscar su santidad y hacer su voluntad. En este sentido, el no podrá ser feliz hasta tanto no «coma» de ella y quede satisfecho. Es llegar a ser justo y a hacer lo que es justo. Entonces, ¿cuál es esa justicia? ¿cómo podemos descubrirla? Lo primero que necesitamos es tener esa «hambre». Esto puede plantearnos nuestro punto de partida. La verdadera hambre de justicia puede comenzar sólo cuando realmente reconocemos nuestra falta de hambre. Hemos de reconocer que pasamos por muchos «desiertos» espirituales. A veces nuestra alma está seca, sin ninguna sensibilidad. Sin ninguna pasión por Dios y tampoco por los demás. Lo que Jesús nos está diciendo es que debiéramos tener una desesperada hambre de ser mejores cristianos, cuyas evidencias se reflejen en el fruto de un carácter santo, pero también de ver que prevalezcan las causas de la justicia en todas las cosas donde nos movemos y actuamos. La promesa para todos los que tienen este tipo de hambre es que «ellos serán saciados». ¡Seguro que sí! Ningún hijo de Dios que reclame y busque esta necesidad quedará insatisfecho. Jesús es el «Pan de Vida» que satisface esa justicia. Esto nos hace felices.

III. LA GENTE REALMENTE FELIZ SON AQUELLOS QUE LLORAN v. 21b
Cuando Jesús destacó el término «llorar» en este pasaje, usó uno de los más fuerte que se conocían en el griego, para denotar el dolor y el sufrimiento. Su origen se asocia con la experiencia que se pasa cuando muere un ser querido. La idea es de un lamento apasionado donde se produce una gran descarga emocional a través de las lágrimas, para lo cual no hay palabras que puedan ser consoladoras al momento mismo de la noticia. Se trata de un dolor muy grande, de un corazón compungido por la tristeza y de un indetenible surgimiento de lágrimas. Mi propio ejemplo ilustra esto. Cuando recibí la noticia de la muerte de mi hermano el menor tuve una descarga emocional incontrolable. Hubo un tiempo de lloro sin que ninguna cosa me pudiera consolar. Los recuerdos, las vivencias, el amor y todas las cosas que me unían a mi hermano vinieron como un torrente que nada podía detenerlo al momento de recibir la noticia. No fue sino después de cierto tiempo que mi corazón fue consolado. Así, pues, Jesús nos dice con esta bienaventuranza algo así como: «feliz es el hombre que llora como se llora a algún ser querido». Por supuesto que esto parece paradójico. ¿Cómo puede el «llorar» ser causa de felicidad? ¿Cuál es, entonces, la idea? Hay situaciones en la vida que nos invitan a «llorar». Se llora por las tristezas amargas y dolorosas que viene en diferentes tamaños y proporciones. Se llora cuando se ve tanto dolor y sufrimiento en el mundo. Las noticias de las guerras, del hambre, de la violencia que no se detiene, de una madre llorando por el crimen de su hijo inocente, nos mueve a llorar. Pero hay un lloro más agudo, y a lo mejor este puede ser al que Jesús se refirió cuando habló de esta bienaventuranza: el lloro por el pecado. El pecado produce una contrición del alma y del espíritu. El dolor por haber ofendido a Dios, de haber herrado el blando, de no haber obrado según su santidad, trae lloro y lágrimas. El rey David llegó a escribir su salmo 32 después de haber pasado por una profunda experiencia que desgarró su alma y su espíritu. Las bienaventuranzas con las que comienza su salmo describen la condición de haber sido perdonado. El hombre que llora arrepentido de sus pecados y los confiesa, llorará después de gozo por haber sido perdonado.

IV. LA GENTE REALMENTE FELIZ SON AQUELLOS ABORRECIDOS v. 22
Los primeros discípulos que Jesús formó y envió fueron bien conscientes de la honestidad de su Maestro. Él no fue un político que les ofreció «tronos y reinos», así como una vida sin sufrimientos. Nunca dejó que ellos se equivocaran respecto a la suerte que les tocaba como consecuencia de llevar su nombre y de seguirle. La verdad es que nosotros no hemos padecido nada cuando tenemos que hacer una comparación con aquellos primeros discípulos. Confesar el nombre de Jesús podía ser causa de perder sus privilegios, tales como trabajos, beneficios, etc. Por su nueva fe, muchos de ellos llegaban a tener una perturbación en su vida social. La mayoría de los primeros discípulos salieron de un mundo pagano. Algunos de ellos estaban acostumbrados a ofrecer sus sacrificios a sus dioses. Ahora han cambiando de «dios» y eso significaba enfrentarse a la reacción de la familia misma. Algunas familias consideraban una gran traición el «cambio de dioses» tomado por alguno de sus hijos. Todo eso generaba un odio hacia ellos que llegaba a tener su propio origen en el seno de la familia. Pero sin duda que los extremos del aborrecimiento llegaron para muchos de ellos, cuando por no adorar al emperador de la ocasión, fueron sentenciados a morir quemados, ultrajados por las fieras, decapitados y martirizados como la peor cosa que este mundo pudiera tener. Jesús sabía que eso sucedería. El único crimen de los cristianos era haber desafiado al César, colocando a Cristo por encima de su señorío. Y esto no había manera de evitarlo porque era a «cause de mi nombre». Fue por eso que frente a aquellos que les aborrecerían, él los alentó a sentirse «bienaventurados». Es una cosa contradictoria que la persecución y el aborrecimiento, por seguir a Cristo, puede ser causa de felicidad en sus seguidores. Todavía hoy el cristianismo es perseguido. Hay otro tipo de aborrecimiento. Hay torturas sicológicas, religiosas y políticas con las que son confrontados muchos cristianos. Todo seguidor de Jesús debe sentirse feliz cuando su fe transita el duro camino de la persecución. Ninguna cosa nos hace más semejantes a él que el pasar por esta experiencia. Él fue perseguido, odiado y finalmente crucificado. En un sentido él abrió el camino a la persecución. Así se *****plen las palabras de quien dijo: «Hermanos, pisamos el mismo camino que han pisado los santos». La gente realmente feliz es aquella que por causa del nombre del Señor es malentendida, injuriada, puesta a un lado y en algunos casos perseguida. La promesa de Jesús para ellos es: «Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos..» v.23

CONCLUSIÓN: Como hemos visto, la felicidad de la que nos habló el Señor es todo lo contrario a los niveles de evaluación que el mundo nos presenta. La felicidad para el Señor no está en los bienes materiales que se obtengan. En los placeres donde se deleita la carne. En las satisfacciones temporales que nos suministra la vida. Al contrario, para él, los hombres realmente felices son aquellos que han logrado una capacidad tan distinta para ver las cosas. El hombre feliz, según la visión de Cristo, es un hombre «desposeído, con hambre, que llora y que es aborrecido». Por seguro que esto es la antítesis de la felicidad del mundo. Pero son los hombres y mujeres con una conciencia de su condición de absoluta dependencia en el Señor, los que descubren la auténtica felicidad. Fue por eso que Jesús dijo que los soberbios y orgullosos no podrían «heredar el reino de los cielos». Hay un solo camino a la felicidad; el mismo comienza cuando nos damos cuenta que sin Dios no podemos hacer nada. ¿A quién escogeremos para ser felices?