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Palabras Humanas versus Palabras de Dios

La palabra mal usada, la palabra que no expresa realidades y hechos concretos. La palabra que describe algo que no es, es mentirosa, no es auténtica. Hay que distinguir entre el mal entendido y la mentira. El malentendido se basa en una confusión sobre el significado de las palabras. En el malentendido, alguien dice algo o hace algo que el otro interpreta de acuerdo a sus suposiciones. Hay muchos problemas y conflictos que se generan por los mal entendidos.

Pero de lo que habla el salmista es de otra cosa. Lo que está en juego es el uso moral de la palabra. La palabra dicha que no se ve corroborada por los hechos.
No nos damos cuenta, pero cotidianamente hacemos un uso liviano de las palabras que distorsionan los hechos: “Ya voy para allá”. “Enseguida vuelvo”. “vamos a ver como lo resolvemos”. “Estoy trabajando en eso”. Es como que sin querer nos hemos acostumbrado a un mal uso de la palabra. No *****plimos con la palabra.

Consecuencias

1. La mentira instalada en la cultura

Lo grave de esta situación, es que comenzamos a tener serias dificultades para distinguir cuando estamos diciendo la verdad y cuando estamos mintiendo. En nuestra cultura, así como en otras, se ha instalado la mentira de forma muy sutiles. Piensen en las promociones y la famosa letra chica. Ni que hablar de las palabras de los políticos o de aquellos que legislan o tienen la responsabilidad de hacer *****plir la ley.

2. El círculo de la mentira

Hemos llegado a un punto en nuestra historia en que nos damos cuenta que somos víctimas de un sistema organizacional que se fundamenta en una suma de mentiras. Las mentiras nos llevan a tener que cambiar constantemente las reglas de juego. El cambio de reglas de juego en la organización social nos lleva niveles de desconfianza que conspiran contra las bases del contrato social. Se diluye la idea de que somos una nación y tenemos una identidad común en la cual podemos confiar.

3. La responsabilidad compartida por el mal uso de la palabra

Pero, de alguna forma, comenzamos a sospechar que las malas prácticas y la falta de bases morales en el liderazgo de nuestro país no nace de un repollo. Las bases mismas de la distorsión de la palabra está en cada uno de nosotros y en la construcción de una sociedad que no valor la palabra veraz. Desde nuestro famoso truco, pasando por los artilugios de los jugadores que se tiran simulando lesiones hasta la fantasía de que se puede gastar más de lo que ingresa. Lo nuestro es muy complejo porque ya no tenemos más confianza ni en los líderes ni en nosotros mismos.

4. La conversión y el juicio histórico como consecuencia de nuestros actos: La única opción posible: El Señor cortará todo labio lisonjero

La única forma de acabar con la doblez de corazón, con la falta de honestidad, con la mentira es por medio de un milagro que regenere un tipo de personas que revaloricen y reafirmen la práctica de la verdad. No es suficiente la retórica principista o la exaltación de la ética o la moral como factores de cambio. Lo que es necesario es poder simplemente hacer lo que dijimos que ibamos a hacer. Refrendar nuestras palabras con simples hechos de vida. Esto comienza desde la promesa del chupetín si dejas de llorar hasta parejas que al poco tiempo de casarse y de pasar por crisis importantes creen que el divorcio es la primer opción.
Pero, sospecho que esto no se logra con declamaciones de buenas intenciones. Sospecho que la forma preferida de los argentinos es por medio de hechos trágicos: hard medicine.

El testimonio del pueblo de Dios en este sentido debe apuntar a un señalamiento muy claro y definido entre las palabras de los hombres y las palabras de Dios:

La Solución

“Las palabras del Señor son puras, como la plata refinada, siete veces purificada en el crisol”

La primer señal que indica la veracidad de las palabras del Señor son nuestras propias vidas. La transformación de nuestro carácter, nuestros valores y nuestras prácticas son el primer hecho contundente que demuestran al mundo que las palabras del Señor son verdad. Es mi vida, es tu vida. Es tu andar cotidiano, tu trayectoria, tus palabras las que refrendan las palabras de Dios. De lo contrario, no hacemos más que hacer quedar mal a Dios.

La segunda Señal que indica la veracidad de las palabras del Señor es la clara intención de defender a aquellos que sufren los efectos de las palabras mentirosas. Las palabras destructivas tienen un efecto de muerte sobre miles de personas indefensas. No es solamente la orden de atacar o destruir un lugar. No es la solamente por medio de armas que se acaba con las vidas de millones de personas. Es por medio de ideas y políticas mentirosas, basadas en la avaricia y la desmesura. Para poder denunciar la mentira, la corrupción necesitamos no sólo tener una retórica principista sino también un testimonio que refrende nuestro discurso. Un hecho vale por mil palabras.

La tercer señal que fortalece nuestras palabras es el *****plimiento de nuestros compromisos. Nuestros compromisos son palabras que nos obligan a acciones que le debemos al otro. Los compromisos van desde el simple: “enseguida vuelvo” hasta el “hasta que la muerte nos separe”. En caso de no poder responder adecuadamente a nuestros compromisos, lo que vale es un sinceramiento que de cuenta de porque no se pueden *****plir los compromisos. El sinceramiento debe basarse en la búsqueda de un acuerdo justo entre las partes.
Mantener el testimonio y confiar en que el Señor nos defenderá

“Tú Señor, nos protegerás; tú siempre nos defenderás de esta gente, aun cuando los malvados sigan merodeando, y la maldad sea exaltada en este mundo”

El justo, la persona que se sabe acogida y protegida por Dios desarrolla un sentido de confianza básica fundada en el hecho de que es el mismo Señor quien nos protege. Esta postura a muchos les parece pasivista. Es como si uno se reclinara sobre su reposera después de orar y ver como el mundo se incendia por causa de los malvados y diga: “que el Señor labure por mí”.
Los que me conocen saben que no me refiero a esto. Creo en el testimonio activo que defiende en forma concreta los valores del reino de Dios. Pero, permítanme ser muy claro y concreto: creo que el testimonio activo de cómo Dios nos defiende de esta gente es por medio de prácticas cotidianas claras que demuestran que lo nuestro no es retórica principista macrosocial. Que quiero decir con esto: el testimonio activo comienza por casa. Si no logra ver como el Señor ejerce victoria en mis vínculos más cercanos, difícilmente logre desarrollar la autoridad moral necesaria para reclamarle a un gobierno que no robe y no mienta. El Señor nos defiende de “esa gente” cuando logramos por la gracia de Dios, desarrollar prácticas concretas que son contraculturales: no colarse en la cancha; no pasar en doble fila; no dejarle el carrito del supermercado atrás del auto de otro; si digo que voy a estar a tal hora, *****plir; no engañar a mis hijos o mi mujer, en fin, ser integro conmigo mismo. Ser creíble a mi mismo. La victoria del Señor sobre “esa gente” comienza por estas prácticas sencillas y visibles.

No seamos ingenuos, la maldad en el mundo tenderá a ser exaltada constantemente. El otro día leía el artículo de un profesor que argumentaba que lo que nos atrae es la violencia no la paz. Cuantos disfrutan de las películas de acción y de los tiros, espadas y demás yerbas? Cuántos disfrutan de las buenas noticias de los diarios? Nos atrae la maldad, lo violento, lo malo.

Generar prácticas familiares y comunitarias que ponderen el buen uso de la palabra, la verdad y la sinceridad, redundará en comunidades de carácter que humildemente señalarán por medio de sus prácticas otro camino, otra forma de ser.
Personas, que practican la sinceridad, personas que no dicen malas palabras, personas que bendicen en vez de maldecir, personas que cuidan su lengua y se refrenan cuando todos están sacando el cuero a otros. Este tipo de personas refrenan el daño moral que se hace en el mundo.