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LUZ. FUEGO. FE. VIDA. AMOR.

Hace años, un juez excéntrico ya anciano, llamado Foster, salió a efectuar una gira durante un verano muy bochornoso; y en uno de los días más tórridos de aquel verano, se dirigió al gran jurado de Worcester en términos más o menos como siguen: «Caballeros del Jurado: hace mucho calor y soy muy viejo; conocéis muy bien vuestros deberes; id y *****plídlos». Siguiendo su ejemplo, me siento inclinado a deciros también: «Ya estáis reunidos; sufro muchos achaques, y vosotros encontráis difícil soportar mis charlas; conocéis vuestros deberes; id y *****plidlos». La acción es mejor que los discursos. Si hablo durante una hora, difícilmente podré decir algo más práctico que eso: «Conocéis vuestros deberes; id y *****plidlos». «Inglaterra espera que cada uno *****pla con su deber», fue la consigna de Nelson en Trafalgar; ¿tendré que recordaros que nuestro gran Señor espera que cada uno de sus siervos ocupe su puesto hasta que su Maestro vuelva, y por lo tanto que sea un buen siervo fiel? Id, hermanos, y *****plid la elevada misión que el Maestro os ha encomendado, y ¡que el Espíritu de Dios obre en vosotros la buena voluntad de vuestro Señor!

Los que sirven a Dios en verdad, reciben el privilegio de experimentar cada vez más intensamente que «la vida es real, la vida es fervorosa» si ciertamente es vida en Cristo. En las horas de grandes dolores, flaquezas y depresiones, me ha ocurrido confiar en que, si me recuperase de nuevo, sería más intenso que nunca; he tomado la resolución, si tuviese el privilegio de volver a subir los escalones del púlpito, de abandonar toda traza de retórica en mis sermones, no predicar sino la verdad presente y urgente y darla a la congregación con todas mis fuerzas; viviendo yo mismo a gran presión y gastando toda la energía de que fuera capaz mi ser. Supongo que también vosotros os sentisteis así cuando os acometió la postración. Os dijisteis: «Se ha terminado el tiempo de jugar, es preciso poner manos a la obra. Basta de desfiles, ahora viene la guerra. Es preciso que no perdamos un solo instante, sino que redimamos el tiempo, porque los días son malos». Cuando vemos la maravillosa actividad de los siervos de Satanás, y cuántas cosas realizan, podemos avergonzarnos de nosotros mismos por hacer tan poco por nuestro Redentor, y ese poco. a menudo es tan mal hecho que exige el doble de tiempo al tener que corregir lo ya realizado. Hermanos, dejemos de lamentarnos y enmendémonos de veras.

Un gran filósofo alemán ha afirmado que la vida es toda un sueño. Dice que «es un sueño compuesto de un sueño de sí misma». No cree en una existencia real, ni siquiera en la propia; aun eso lo concibe él como un mero pensamiento. Me parece que algunos de los que están en el ministerio deben ser discípulos de esa filosofía, pues están medio dormidos, y su espíritu es soñador. Hablan de las verdades eternas como si fueran un sistema provisional de creencias, que pasa y se desvanece como todas las demás visiones de la tierra. Viven para Cristo de una manera que nunca imaginaría la persona que se propusiera ganar dinero u obtener un título en la universidad. Decía alguien hablando de cierto ministro: «Si obrara en mis negocios como él en su ministerio, quebraría a los tres meses». Es lamentable que haya hombres que se llaman ministros de Cristo, a quienes jamás se les ocurre que están obligados a demostrar la máxima laboriosidad y celo. Parecen olvidar que tratan con almas que pueden perderse o salvarse para siempre, almas que costaron la sangre del corazón del Salvador. No parecen haber entendido la naturaleza de su vocación, ni haber captado la idea bíblica del embajador de Cristo. Como carreteros soñolientos, esperan dejar su carga a salvo, aunque ellos estén profundamente dormidos.

He oído hablar de ministros que demuestran el máximo de vivacidad cuando están practicando algún deporte o forman parte de una excursión, o en sus negocios particulares. He podido oír a alguien decir lo siguiente: «¡Qué excelente ministro habría sido si fuera convertido!» De un hombre muy inteligente he oído decir: «Habría sido un gran ganador de almas, si hubiese creído en las almas; pero no creía en nada». Se dice de los campesinos rusos que, cuando han terminado su trabajo, se tumban en torno a la estufa y duermen allí hora tras hora; y existe entre ellos la opinión de que sólo están despiertos cuando duermen, y que sus horas de vigilia y trabajo no son sino un horrible sueño. El mujik confía en que sus sueños son hechos, y los sufrimientos de su vigilia son meras pesadillas. ¿No es posible que algunos hayan caído en el mismo concepto con respecto al ministerio? Están dormidos en cuanto a las realidades, y despiertos para las sombras; se toman en serio las bagatelas, y en broma lo solemne. No voy a tratar de representar lo que Dios tendrá que decir a aquellos siervos que hacen bien su propio trabajo, y mal el de Dios. ¿Qué será del hombre que desplegó gran capacidad en sus distracciones, pero fue inepto en sus devociones; activo fuera de su oficio, e inactivo en él? El día lo declarará. Despertémonos para que nuestra fidelidad sea de lo más severo, laborando para ganar almas de tal modo como sí todo dependiera de nosotros, mientras, en fe, nos reclinamos sobre el glorioso hecho de que todo depende del Dios eterno.

Veo ante mí muchos que están bien despiertos y afanosos buscando a los perdidos; os estoy hablando a algunos de los más fervorosos espíritus de la Iglesia cristiana —evangelistas y pastores cuya comida y bebida es hacer la voluntad de su Señor. Mas aun éstos, los más despiertos, estarán de acuerdo conmigo cuando afirmo que podrían estar aún más despiertos. Hermanos, después de haber hecho lo mejor que podíais, sabéis que podríais haberlo hecho mejor. ¿Quién entre nosotros no podría haber tenido mejor éxito si hubiese estado dispuesto a obtenerlo? Cuando Nelson servía a las órdenes del almirante Hotham. y cierto número de buques enemigos había sido capturado, dijo el comandante: «Es preciso que estemos contentos; hemos tenido un gran éxito». Pero Nelson no opinaba lo mismo, ya que había escapado cierto número de naves enemigas. «Si hubiéramos capturado diez naves, y permitido que escapara una, siendo posible haberla capturado, no podría nunca llamarlo un éxito». Aunque hayamos traído a muchos a Cristo no podemos atrevernos a jactarnos, pues nos humilla la reflexión de que podría haberse hecho más, si hubiésemos sido instrumentos más aptos para ser usados por Dios.

Es posible que algún hermano diga «He hecho todo lo que podía». Esa podrá ser su honrada opinión, pues no podía haber predicado más frecuentemente, ni haber celebrado más reuniones. Quizá sea cierto que ha celebrado suficientes reuniones, y que la congregación ha tenido suficiente número de sermones; pero podía haber habido un mejor espíritu en las reuniones, y también en los sermones. Algunos ministros podrían hacer más en la realidad al hicieran menos en la apariencia. Un cuáquero de Bristol, -y los cuáqueros son hombres muy perspicaces- entró hace años en una cervecería y pidió un litro de cerveza. La cerveza formaba espuma, y la medida no estaba bien llena. El Amigo dijo al vendedor: «¿Cuánto vendéis en vuestro negocio?» «Diez toneles de cerveza al mes» replicó éste. «¿Sabéis cómo podríais vender once?» «No, señor; quisiera saberlo». «Os lo diré, amigo; podéis hacerlo dando buena medida». A cualquier hermano que diga: «No sé cómo predicar más del Evangelio, pues lo predico muy a menudo», le replicaría: «No necesitas predicar más a menudo; pon más Evangelio en tus sermones». Nuestro Salvador, en las bodas de Caná, dijo: «Henchid estas tinajuelas de agua». Imitemos a los criados, de quienes leemos: «E hinchiéronlas hasta arriba». Que vuestros mensajes estén repletos -sanos, llenos de gracia, y condensados. Ciertos oradores padecen una terrible verborrea; apenas podéis percibir la diminuta idea que como una pajita ha sido lanzada sobre un tremendo Ganges o Amazonas de palabras. Dad a la congregación mucho que pensar, mucha doctrina bíblica, sólida, y dadla de manera cada vez mejor- cada día, cada año mejor para que Dios sea más glorificado, y los pecadores aprendan más prontamente el camino de la salvación.

Voy a encomendaros, para el perfeccionamiento de vuestro ministerio, cinco cosas que deberían estar y abundar en vosotros. Recordáis el pasaje que dice: «sal sin tasa». No hay necesidad de limitar la cantidad de ninguna de las cosas que os voy a encomendar. Sor, éstas: luz, fuego, fe, vida, amor. Son cinco, de modo que podéis contarlas con los dedos; su valor es inestimable, de modo que os conviene cogerlas y llevarlas en el corazón.

I. Os encomiendo fervientemente la adquisición y distribución de la LUZ.

Con este fin, es preciso que ante todo adquiramos la luz. Adquirid luz, aun del tipo más común, pues toda luz es buena. La educación en cosas ordinarias es valiosa, y quisiera estimular a ciertos hermanos que malgastan el tiempo, a que se pongan manos a la obra en ese sentido. Muchos de vosotros entrasteis en el Colegio Teológico sin educación alguna; pero cuando lo dejasteis, habíais aprendido lo suficiente para haber formado la resolución de estudiar con todas vuestras fuerzas, y lo habéis llevado a cabo. Quisiera que todos hubieran hecho lo mismo. Es una gran ventaja para un ministro empezar su vida pública en un pueblo pequeño, donde puede disponer de tiempo y calma para leer constantemente; sabio es el hombre que se aprovecha de tan magnífica oportunidad. No sólo deberíamos pensar en lo que podemos hacer ahora para el Señor, sino en lo que podemos llegar a hacer si nos perfeccionamos. Nadie debiera ni soñar que su educación está completa. Sé que mi amigo Mr. Rogers, aunque pasa de los ochenta, sigue siendo un estudiante, y quizá tiene más espíritu de verdadero estudiante ahora que nunca. ¿Podrá sentarse satisfecho alguno de los más jóvenes? Seguiremos aprendiendo aun en el cielo, y continuaremos escudriñando más y más profundamente el abismo del amor divino: no estaría bien hablar de conocimientos perfectos aquí abajo. Si un hombre dice: «Estoy perfectamente equipado para mi trabajo, y no necesito aprender más; me he trasladado aqui después de haber estado tres años en el lugar donde predicaba últimamente, y tengo una buena provisión de sermones, de modo que no necesito leer más», ¡e diría: «Mi querido amigo, que el Señor le dé cerebro, porque usted habla como los que son deficientes en este aspecto». El cerebro necesita mucho alimento, y el que lo tiene debe alimentarlo constantemente por medio de lecturas y pensamientos, pues de lo contrario se marchitará o se dormirá. Es el hijo de la sanguijuela, Y está siempre clamando: «Más, más». No lo dejéis morir de hambre. Si este tipo de hambre mental no lo sufres nunca, sospecho que no tienes una gran mentalidad.

Pero procurad también tener en alto grado la luz suprema. Por encima de todas las cosas, tenéis que ser estudiantes de la Palabra de Dios; esto, ciertamente, es un aspecto muy importante de vuestra profesi6n. Si no estudiamos la Escritura y los libros que nos ayuden a entender la teología, estamos desperdiciando el tiempo metidos en otras investigaciones. Tendríamos por necio al individuo que se está preparando para ser médico y pasara el tiempo estudiando astronomía. Podrá haber cierta relación entre las estrellas y los huesos humanos; pero nadie aprenderá mucho de cirugía estudiando las constelaciones de Arturo o de Orión. De modo que hay una conexión entre todas las ciencias y la religión, y os aconsejaría que adquirieseis muchos conocimientos generales; pero la cultura universal será mal sustituto para el estudio especial y devocional de las Escrituras y de las doctrinas contenidas en la revelación de Dios. Hemos de estudiar los hombres y nuestros propios corazones; deberíamos sentarnos como discípulos en las escuelas de la providencia y la experiencia. Algunos ministros crecen aprisa porque el gran Maestro los disciplina severamente, con disciplina santificada; pero otros no aprenden nada por experiencia, van de error en error, y no aprenden cosa alguna de sus dificultades excepto el arte de crear otras nuevas. Os sugiero a todos la oración de cierto puritano que durante un debate, 8egún observaron los demás, estaba absorto escribiendo. Pensaban sus amigos que tomaba notas del discurso de su oponente; pero cuando vieron el papel, sólo encontraron estas palabras: «.¡Más luz, Señor! ¡Más luz, Señor!» ¡Ojalá tengamos más luz del gran Padre de las luces!

Que esta luz no sea solamente la del conocimiento, sino procurad también la luz del gozo y el buen humor. Hay poder en un ministerio feliz. Un rostro lúgubre, una voz lastimera, unas maneras lánguidas, no son cosas que nos recomienden a nuestros oyentes; especialmente, atraen muy poco a los jóvenes. Hay mentes extrañas, que hallan la felicidad en la suma tristeza, pero no son numerosas. Una vez recibí una carta de alguien que me informaba haber venido al Tabernáculo, pero que tan pronto como entró pensó que no podía ser la casa Dios, porque había mucha gente, y «estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan». Cuando me miró, sintió la seguridad de que mi fe era poco sana, pues yo no tenía que parecer tan animoso, ni ser tan robusto en mi persona si pertenecía al probado pueblo de Dios. Peor que esto, al mirar en torno a la congregación y ver sus rostros satisfechos, se dijo a sí mismo: «Esta congregación no sabe nada de la depravación de sus corazones, ni de las luchas internas del creyente». Luego me informó de que frecuentaba una capilla muy pequeña, donde veía a un ministro que parecía haber estado en el horno; y aunque sólo había ocho personas presentes, parecían todas tan deprimidas que se sentía a sus anchas. Me alegré de que aquel buen hombre pudiera disfrutar un poco de la agradable tristeza de estar con sus hermanos. No sentí envidia; ni creo tampoco que este tipo de ministerio de la tristeza atraiga a un número de almas que nadie puede contar. Los hijos de luz prefieren el gozo del Señor, pues han experimentado que es su fortaleza.

Adquirid abundancia de luz, y cuando la hayáis obtenido, distribuid1a. No caigáis nunca en el concepto de que el mero fervor sin conocimientos bastará, y que las almas han de ser salvas simplemente por nuestro celo. Me temo que somos más eficientes en calor que en luz; pero al mismo tiempo, el fuego que no tiene luz es de naturaleza muy sospechosa, y no viene de arriba. Las almas son hechas salvas por la verdad que penetra en el entendimiento, alcanzando así la conciencia. ¿Cómo puede salvar el Evangelio cuando no es entendido? El predicador quizá predique con muchos puntapiés, golpes, gritos y súplicas; pero el Señor no está en el viento, ni en el fuego; el silbo apacible y delicado de la verdad es necesario para penetrar en el entendimiento, y alcanzar así el corazón. La congregación ha de ser enseñada. Debemos «ir y doctrinar a todas las naciones», haciendo discípulos en ellas; y no conozco manera alguna para salvar a los hombres sin que vosotros les enseñéis y ellos aprendan.

Algunos predicadores, aunque saben mucho, no enseñan mucho porque usan un estilo muy enrevesado. Recordad que os estáis dirigiendo a personas que necesitan ser enseñadas como niños; pues aunque son adultos, la mayor parte de nuestros oyentes están todavía en la infancia en cuanto a las cosas de Dios; y si han de recibir la verdad, es preciso que sea presentada muy sencillamente, y de tal manera que sea fácil de asimilar y de almacenar en la memoria. Por lo tanto, ofreced mucha instrucción santificada. Algunos dan poca instrucción a causa de su estilo-, pero muchos fallan por otras razones, y principalmente a causa de que su objetivo es otro. Talleyrand define al metafísico como un hombre que entiende mucho de trazar líneas negras sobre un fondo negro. Yo preferiría trazar líneas negras sobre un fondo blanco o blancas sobre uno negro, para que se pudieran ver; pero ciertos predicadores son tan profundos que nadie los entiende. Por otra parte, ¿no habéis oído sermones con gran despliegue de oratoria y nada más? Habéis estado mirando sus maravillas; y todos hemos temblado con el temor de que perdiera el equilibrio en medio de las piruetas que hacía. Pero cuando todo ha terminado, vuestra mente está insatisfecha, pues la acrobacia de la retórica no alegra el alma. Es preciso que no hagamos de la oratoria nuestro objetivo. Algunos son elocuentes por naturaleza y no les es posible ser de otro modo, como los ruiseñores no pueden evitar el cantar dulcemente; por lo tanto, no los censuro, sino que los admiro. No es deber del ruiseñor bajar la voz al mismo tono que el gorrión. Que cante con dulzura, si lo hace naturalmente. Dios merece la mejor oratoria, la mejor lógica, la mejor metafísica, lo mejor de todo; pero si alguna vez la retórica obstruye la instrucción del pueblo, sea anatema. Si alguna aptitud educacional, o algún don natural que poseamos, hiciera menos fácil que la congregación nos entendiese, ¡que perezca! ¡Que Dios quite de nuestro pensamiento y nuestro estilo todo lo que oscurece la luz, aunque sea un velo costoso de rarísimo encaje! ¡Ojalá usemos un lenguaje muy llano, para que la luz del Evangelio pueda brillar muy claramente desde nuestro ministerio!

En nuestro tiempo, hay gran necesidad de dar luz, pues se están realizando feroces tentativas para apagar u oscurecer la luz. Hay muchos que están esparciendo las tinieblas por todas partes. Por lo tanto, hermanos, mantened la luz ardiendo en vuestras iglesias, y en vuestros púlpitos, y sostenedla frente a los hombres que aman las tinieblas por que favorecen sus objetivos. Enseñad a la congregación toda la verdad, y no permitáis que vuestras opiniones distintivas queden ocultas. Hay ladrones de ovejas que rondan por la noche y se llevan a los nuestros porque éstos no conocen nuestros principios: los principios de los no-conformistas, los principios de los bautistas, y hasta los principios del cristianismo. Nuestros oyentes tienen una idea general de estas cosas, pero no suficiente para protegerlos de los engañadores. Estamos rodeados, no solamente de escépticos, sino de ciertos hermanos que devoran a los débiles. No dejéis que vuestros hijos paseen sin estar guardados por un santo conocimiento, pues hay seductores alrededor que los desviarán si pueden. Empezarán llamándolos «querido» esto y «querido» aquello, y terminarán apartándolos de quienes los trajeron a Jesús. Si perdéis vuestros miembros, que sea a la luz del día, y no por ignorancia de ellos. Estos secuestradores deslumbran los ojos débiles con destellos de novedad, y trastornan las cabezas flacas con descubrimientos maravillosos y doctrinas sorprendentes, que tienden a la división, a la amargura, y a la exaltación de su propia secta. Mantened la luz de la verdad ardiendo, y los ladrones no se atreverán a saquear vuestra casa.

¡Feliz la iglesia de creyentes en Jesús que saben por qué creen en ti; personas que creen la Biblia y conocen lo que contiene; que creen en las doctrinas de la gracia y conocen el alcance de tales verdades; que saben dónde están, y lo que son, y que por lo tanto moran en la luz y no pueden ser engañadas por el príncipe de las tinieblas! Permitid, queridos amigos -estoy especialmente hablando a los más jóvenes- que haya mucha enseñanza en vuestro ministerio. Me temo que los sermones son, con demasiada frecuencia, juzgados por sus palabras y no por su buen sentido. Que no sea así con vosotros. Alimentad siempre a la congregación con conocimiento y comprensión, y que vuestra predicación sea sólida, conteniendo alimento para el hambriento, curación para el enfermo, y luz para los que están en tinieblas.

II. En segundo lugar, tengo que suplicaros que en vuestro ministerio recabéis y uséis abundancia de FUEGO celestial. Sobre este particular, quizá esperáis que hable con cautela; pues habéis visto los daños causados por el fuego incontrolado, y los peligros del..fuego extraño, y posiblemente estáis deseosos de saber lo que pienso de cierto «ejército» que abunda en fuego, y arde a las mil maravillas. No expresaré ninguna opinión, excepto que ninguno de los supuestos males del fuego iguala a los de la tibieza. Incluso el fanatismo es preferible a la indiferencia. Antes me arriesgaría a los peligros de un tornado de excitación religiosa que ver el aire estancado a causa de un formalismo muerto. Es mucho mejor que las congregaciones sean demasiado ardientes que tibias. «Ojalá fueras frío o caliente», sigue siendo la palabra de Cristo, y se aplica a los predicadores como a los demás. Cuando un hombre está muy frío en las cosas de Cristo, sabemos dónde se encuentra; y si otro está al rojo vivo, o quizá al rojo blanco, y se le tiene por demasiado entusiasta, sabemos dónde anda; pero cuando un ministro predica de tal manera, que al final de su sermón decís: «Esto no es ni frío ni caliente», os vais con la sensación de estar hartos, e incluso demasiado hartos, de ello. No había nada que os excitara; casi deseáis haber tenido motivos para indignaros, en vez de haber sido arrullados por semejantes discursos. Un sermón tibio marea toda mente sana.

Tampoco es éste un mal que se halle tan sólo en el púlpito. Tendría que preguntarme solemnemente qué ocurriría si un ángel con un termómetro visitara las iglesias libres de Londres, porque me parece que encontraría una gran parte de las mismas ciertamente no frías, decididamente no calientes, sino entre los dos puntos. ¿Qué hay de ti, querido hermano? ¿Dices tú: «Bien, no soy el más caliente de todos, pero tampoco soy el más frío de todos»? Entonces tengo sospechas en cuanto a tu temperatura; pero dejo el asunto a tu propio discernimiento, haciéndote observar solamente que nunca he visto un fuego que sea moderadamente caliente. Si alguno de vosotros descubriese semejante artículo, sería bueno que lo patentase, pues podría ser útil en muchos aspectos. El fuego que yo conozco es tal, que nunca he puesto la mano encima del mismo sin tener que recordar su cálido abrazo. El fuego no ha aprendido nunca lo que es moderación. Se me dice que no conviene ser extremado, y en esto el fuego ciertamente es culpable; pues no sólo es intensamente caliente, sino que tiene! tendencia a consumir y destruir sin límite. Cuando empezó en esta ciudad, en tiempos antiguos, poca cosa dejó que no fuesen cenizas; no hubo manera da cortarle las alas ¡Ojalá Dios nos conceda gracia para ser extremados en su servicio! ¡Que seamos llenos de un celo irrefrenable por su gloria! ¡Que el Señor, nos responda con fuego, y que ese fuego se derrame primeramente sobre los ministros y después sobre las congregaciones! Pedimos la verdadera llama de Pentecostés, y no las chispas encendidas por la pasión. humana. Nuestra necesidad es un carbón encendido del altar, y nada puede sustituirlo; pero es preciso que lo tengamos, o de lo contrario nuestro ministerio será en vano.

Ante todo, es preciso que nos ocupemos de que el fuego arda en nuestras propias almas. Me hace dichoso el pensar que hay pocos, si es que hay alguno entre vosotros, que sean absolutamente fríos; es muy difícil calentar una piedra; y tenéis que ser calentados hasta el fervor si hemos de hacerlo como conviene. Es posible envolver a un hombre en mantas hasta que está bastante caliente, debido a que hay vida en él; pero no se puede calentar una piedra de la misma manera. La vida siempre engendra cierta medida d calor y la posibilidad de tener más; y dado que vosotros tenéis vida, hay en vosotros capacidad para el calor. Algunos predicadores son de naturaleza tan fría, que no hay medio conocido para calentarlos.

La tentativa para hallar calor en los sermones de algunos, me recuerda la fábula de Esopo acerca de los monos y la luciérnaga. Los monos encontraron una luciérnaga brillando en la ribera, e inmediatamente se reunieron en torno para calentarse. Colocaron ramitas encima de la misma, tratando de hacer un fuego, pero no se encendió. Era muy bonita, y parecía una llama; pero no pudieron calentarse las manos en su fría luz. Así he conocido ministros cuya luz estaba desprovista de calor y, por consiguiente, las pobres ramitas en torno a ellos nunca se han encendido, ni los corazones helados han sido derretidos por su influencia.

Es un trabajo horrible escuchar un sermón, teniendo la continua sensación de estar sentado a la intemperie durante una tormenta de nieve, o de estar metido en una casa de hielo clara pero fría, ordenada pero mortífera. Te has dicho a ti mismo: «Fue un sermón bien distribuido y bien planeado, pero no entiendo lo que pasa con él»; el secreto es que había madera, pero no fuego para encenderla. Un gran sermón sin corazón en él, me recuerda uno de aquellos enormes hornos de Gales, que se han dejado apagar; son un espectáculo lastimoso. Preferimos un sermón en que quizá no haya un vasto talento, y ninguna gran profundidad de pensamiento; pero lo que hay, acaba de salir del crisol y, como metal derretido, se abre camino ardiendo. Conocía un muchacho que, cuando iba a casa desde la herrería donde trabajaba, era maltratado por los chicos del pueblo hasta que su patrón le sugirió un plan de defensa que resultó maravillosamente eficaz. Tomaba una vara de hierro, y antes de salir para su casa, atizaba el fuego y la calentaba. Cuando los chicos le rodeaban les avisaba que no tocaran esta barra, y después de acercarse a ella, obedecían la admonición y se mantenían a respetuosa distancia. No citando el ejemplo como recomendación especial sino para sacar de él una moraleja: calentad vuestro sermón al rojo vivo, y probablemente será dado por todos los que entren en contacto e Nada detiene al fuego.

La energía sigue siendo esencial, aunque cosas hayan cambiado en la oratoria desde los pos antiguos. Se dice que cuando le fue preguntado a Demóstenes: «¿Qué es lo más importa oratoria?», su respuesta no fue «la acción», sino «la energía». ¿Qué es la segunda cosa en importa «La energía». ¿Cuál es la tercera cosa? «La ene Estoy seguro también de que, en efecto, la es lo principal en el aspecto humano de la predicación. Como los sacerdotes en el altar, no podemos hacer nada sin fuego. Hermanos, hablad porque e en el Evangelio de Jesús; hablad porque sen poder; hablad bajo la influencia de la verdad estáis presentando; hablad con el Espíritu enviado del cielo; y el resultado no será dudoso.

Recuérdese cuidadosamente que nuestra llama de ser encendida de lo alto. Nada es más despreciable que un mero fuego pintado: el fervor fingido. Más vale que tengamos una muerte honrada que vida falsificada. Imitar a Baxter es detestable; ser como Baxter es ser seráfico. Si quieres ser Whitefield, te diría sé Whitefield. Que el fuego encendido por el Espíritu Santo, y no por la pasión psicológica, el deseo de ganar honores, la emulación de los demás, o la emoción de asistir a reuniones. Que el terrible ejemplo de Nadab y Abihú aleje para siempre el fuego extraño de nuestros incensarios. Arded por haber estado en solemne comunión con Jehová nuestro Dios.

Recordad también que el fuego que vosotros y yo necesitamos nos consumirá si lo poseemos verdaderamente. «Cuídate», quizá susurren los amigos; pero cuando este fuego arde no haremos caso del consejo. Nos hemos entregado a la obra de Dios, y no podemos retroceder. Deseamos ser ofrendas encendidas y sacrificios completos para Dios, y no osamos rehuir el altar. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda; mas si muriere, mucho fruto lleva». Sólo podemos producir vida en otros a costa del desgaste de nuestro propio ser. Esta es una ley natural y espiritual: que el fruto sólo puede salir de la simiente cuando ésta se da a sí misma hasta la propia aniquilación.

¿Por qué muchos ministros fervientes están agotados hasta que el corazón y el cerebro llegan al límite de sus fuerzas? Serían de poca utilidad si no corrieran este riesgo. Todos los hombres eminentemente útiles llegan a sentir su debilidad en grado supremo. ¿Puede el Espíritu de Dios, la Deidad Infinita, utilizar tan frágiles carros sin que el eje tenga que esforzarse, y la máquina entera se estremezca, como si fuera a disolverse absolutamente bajo la sagrada carga? Cuando Dios nos visita con poder para salvar las almas, es como si una llama devoradora bajara del cielo y viniera a morar en nuestro seno; y en este caso, es muy posible que las fuerzas todas se derritan; sin embargo, que sea así: invitamos humildemente a la llama sagrada. Herodes fue comido por los gusanos, siendo anatema de Dios; pero ser consumido por Dios para su propio servicio es ser bendecido hasta lo sumo. Podemos escoger entre las dos cosas, ser comidos por nuestras corrupciones, o por el celo de la casa de Dios. No hace falta vacilar; la elección de cada uno de entre nosotros es preciso que sea, enteramente, ser del Señor: siervos del Señor ardientemente, apasionadamente, vehementemente, cueste lo que cueste el fervor divino en cuanto a cerebro, corazón y vida. Nuestra única esperanza de honor, gloria e inmortalidad está en el *****plimiento de nuestra consagración a Dios; como los objetos consagrados, es preciso que seamos consumidos por el fuego, o rechazados. Para nosotros, apartarnos de la obra de nuestra vida y buscar la distinción en otra parte, es locura suma; la sequía nos amenazará, en nada tendremos éxito, si no es en buscar la gloria de Dios mediante la enseñanza de su Palabra. «Para mí he formado este pueblo», dice Dios; «mostrarán mis alabanzas»; y si no lo hacemos, haremos menos que nada. Para esto fuimos creados; y si no lo hacemos, viviremos en vano.

El otro día el doctor Wayland, paseando por mi jardín, vio los cisnes fuera del agua y observó que eran la verdadera representación de las personas que están fuera de su propia esfera y tratan de hacer aquello para lo cual no han sido creados. ¡Qué torpes son los cisnes en tierra! Andan contoneándose ridículamente; pero tan pronto están en el agua, se deslizan graciosamente en su superficie; cada uno de ellos es un modelo de barco, una imagen de belleza; cada línea es perfecta. Así ocurre con el hombre que se contenta con hallar en el ministerio «las aguas en donde nadar». Como siervo enviado por Dios, es hermoso; pero tan pronto como se entremete en los oficios, o se convierte en profesor secular, o bien procura su propio engrandecimiento, cesa de ser admirable, suele ser demasiado conocido, y siempre está desplazado. Vosotros estáis únicamente destinados a Dios; por lo tanto, rendíos a Dios, y hallad en Él vuestras riquezas, vuestros honores, y vuestro todo. Si lo hacéis, seréis cabeza y no cola; pero si os apartáis, seréis de poca estima. Que el fuego de la perfecta consagración se levante sobre vosotros, pues así es como resplandeceréis y brillaréis como plata derretida, que destaca en medio del calor. No nos sometamos a la vergüenza y eterno desprecio que serán porción de aquellos que abandonan el servicio de su Redentor por la esclavitud del egoísmo. Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame».

III. El siguiente objeto de nuestra meditación es la FE; podríamos decir que es el primer y el último objeto. «Sin fe es imposible agradar a Dios»; y si agradamos a Dios, no es por nuestro talento, sino por nuestra fe.

Ahora mismo, necesitamos mucha fe en forma de creencia fija. Sabemos más que hace algún tiempo; por lo menos espero que sea así. Acabo de oír a uno de vosotros decir a su hermano: « ¡Qué amplitud de mente!» Pues bien, sí, procuramos ensancharnos; pero no como algunos; pues no somos de la escuela Amplia, de aquellos que creen poco o nada a derechas, porque desean creerlo todo. Hemos echado el ancla, hemos cesado de ir a la deriva, reposamos confiados. Algunos no tienen credo; o, si tienen, es alterado tan a menudo que no les sirve de nada. Debe ser como la manta de aquel hombre que venía de la Isla Esmeralda, diciendo: «.¡Fíjese! El capitán me ha dado una manta que no sirve para nada: por arriba es demasiado larga, y por abajo demasiado corta; me cubre la cabeza, y al mismo tiempo mis pies quedan descubiertos. Corté una franja de un palmo por arriba y la cosí abajo, pero no ha cambiado nada; sigue tapándome los ojos y continúa siendo demasiado corta para cubrirme los píes». Esto es lo que ciertos «pensadores» hacen con su credo: están continuamente cortándolo por un extremo y añadiéndolo por el otro, pero nunca queda bien; está siempre en formación, nunca terminado. Los credos modernos son como los paños de los campesinos italianos, que he contemplado con maravillada curiosidad. El geólogo más erudito quedaría desconcertado si tratara de descubrir la formación primaria de un par de pantalones que han sido remendados y arreglados con paño de todos los dibujos y colores de generación en generación. Así de variadas son las creencias y las incredulidades de algunos; una aglomeración de andrajos filosóficos, jirones metafísicos, residuos teológicos y desechos heréticos. Ciertos pensadores han alcanzado el bendito ultimátum de no creer en nada absolutamente.

Cuando estas personas «cultivadas» hablan de nosotros, manifiestan gran desprecio y afectan creer que somos estúpidos por naturaleza. Pero las personas no siempre son lo que los demás piensan que son, y puede ocurrir que uno se esté mirando en el espejo cuando cree estar mirando a un vecino por la ventana. Cuando las personas están llenas de desprecio por las demás, es signo de gran debilidad. Si en alguna revista o folleto un escritor exhibe su cultura, podéis estar seguros de que últimamente no ha tenido contactos muy elevados, y su afectación es un crecimiento de malas hierbas propio de tal condición. Si hubiera un concurso imparcial sobre el aspecto educación y cultura, los ortodoxos podrían hacer un excelente papel. La jactancia es lamentable; pero a veces es preciso replicar conforme a la necedad de las gentes, y me atrevo a decir que, en cualquier clase de torneo mental, no deberíamos temblar ante la perspectiva de medir nuestras fuerzas con los hombres del «pensamiento moderno». Sea o no así, a nosotros nos corresponde creer. Creemos que, cuando Jehová nuestro Dios hizo una revelaci6n, sabía lo que quería y pensaba, y que se expresó de la manera mejor y más sabia, y en términos que pueden ser entendidos por los que son veraces y aptos para aprender. Por lo tanto, creemos que no se necesita una nueva revelación, y que la idea de que haya de venir otra luz es prácticamente incredulidad según la luz que ahora es, dado que la luz de la verdad es una. Creemos que, aunque la Biblia ha sido retorcida y vuelta al revés por manos sacrílegas, sigue siendo la revelación infalible de Dios. Es parte importante de nuestra religión aceptar humildemente lo que Dios ha revelado. Quizá la forma más elevada posible de adoración, del vel9 acá, es la sumisión de todo nuestro ser mental y espiritual ante el pensamiento revelado de Dios; el entendimiento arrodillado ante aquella sagrada presencia cuya gloria hace que los ángeles cubran sus rostros. Que los que en ello se complacen adoren la ciencia, la razón, y sus propios claros juicios; nuestro deleite es postrarnos ante el Señor nuestro Dios y decir: «Este Dios es Dios nuestro eternalmente: Él nos capitaneará hasta la muerte».

Hermanos, reuníos en torno al antiguo estandarte. Luchad hasta la muerte por el Evangelio antiguo, pues es vuestra vida. Cualesquiera que sean las formas de expresión que uséis según avanzáis en conocimientos, que la cruz de Jesucristo esté siempre delante, y que todas las benditas verdades que la rodean sean mantenidas con todo el corazón.

Es preciso que tengamos fe, no sólo en forma de creencias fijas, sino también en forma de constante dependencia de Dios. Si se me preguntara cuál es la más agradable disposición de ánimo dentro de toda la gama de los sentimientos humanos, no hablaría del poder en la oración, o de la abundancia de revelación, o de gozos arrebatados, o de victoria sobre los malos espíritus; sino que mencionaría, como más exquisito deleite de mi ser, el estado en que se experimenta una consciente dependencia de Dios. A menudo esta experiencia ha venido acompañada de grandes dolores corporales y profundas humillaciones del espíritu, pero es inexplicablemente deleitoso yacer pasivamente..en las manos del amor, morir sumido en la vida de Cristo. Es bienaventurado darse cuenta de que no sabes, pero tu Padre celestial sabe; que no puedes hablar, pero «tenemos un abogado»; que apenas puedes levantar la mano, pero que Él obra todas tus obras en ti. La entera sumisión de nuestras almas al Señor, el pleno contentamiento del corazón ante la voluntad y los caminos de Dios, la segura confusión del espíritu en cuanto a la presencia y el poder del Señor: he aquí lo más próximo al cielo que conozco; y es mejor que el éxtasis, pues uno puede permanecer en esta experiencia sin esfuerzo ni reacción.

«¡Ah! ¡No ser nada, nada;

Tan sólo estarse a Sus pies!»

No es una sensación tan sublime como volar en alas de águila; pero en cuanto a delicadeza, una experiencia de delicadeza profunda, misteriosa, indescriptible, se lleva la palma. Es una bienaventuranza en la que se puede pensar, un gozo que nunca parece ser robado; pues no cabe duda de que un pobre y frágil hijo de Dios tiene derecho indiscutible a depender de su Padre, derecho a no ser nada en presencia de Aquél que le sostiene. Me encanta predicar en este estado de ánimo, como si no fuera a predicar, sino esperando que el Espíritu Santo hable por mí. Presidir de esta manera las reuniones de oración y de iglesia y toda suerte de actividades, resultará ser sabiduría y gozo nuestros. Generalmente cometemos nuestros mayores errores en las cosas más fáciles, cuando todo es tan sencillo que no pedimos a Dios que nos guíe, porque pensamos que nuestro propio sentido común será suficiente. Y así es cómo cometemos grandes equivocaciones; pero en las dificultades, las graves, las que llevamos ante Dios, Él da a los jóvenes prudencia, y enseña a los mancebos conocimiento y discreción. La dependencia de Dios es la fuente inagotable de la eficacia. Aquel verdadero santo de Dios Jorge Müller, me ha sorprendido mucho siempre al oírle hablar, por ser una persona que depende tan sencilla e infantilmente de Dios; pero, lamentablemente, la mayoría de nosotros somos demasiado grandes para que Dios nos use; sabemos predicar tan bien como cualquiera, hacemos un sermón con cualquier cosa… y fracasamos. Cuidado, hermanos; pues si creemos que podemos hacer cualquier cosa por nosotros mismos, todo lo que obtendremos de Dios será la oportunidad de probar. De este modo Él nos examinará, y nos permitirá ver nuestra incapacidad. Cierto alquimista, que servía al papa León X, declaró que había descubierto cómo transformar los metales viles en oro. Esperaba recibir una suma de dinero por su descubrimiento, pero León no era tan bobo; le dio tan sólo una enorme bolsa para que pudiese guardar el oro que haría. Había en este regalo tanta sabiduría como sarcasmo. Eso es precisamente lo que Dios hace con los hombres orgullosos; les permite tener la oportunidad de hacer lo que se jactaban de poder hacer. Nunca he sabido que ni una moneda de oro solitaria llegase a caer en la bolsa de León, y estoy seguro de que jamás seréis espiritualmente ricos por lo que podéis hacer con vuestras propias fuerzas. Despojaos de vuestras propias vestimentas, hermanos, y entonces Dios podrá complacerse en revestiros de honra, pero no antes.

Es esencial que mostremos fe en forma de confianza en Dios. Sería una gran calamidad si de cualquiera de vosotros pudiera decirse: «Tenía un excelente carácter moral, y dones notables; pero no confiaba en Dios». La fe es una necesidad importante. El mandamiento apostólico es: «Sobre todo, tomando el escudo de la fe». Lástima que algunos vayan a la lucha dejando el escudo en casa. Sería terrible pensar en un sermón que tuviera todas las cualidades que deben tener los sermones en todos los aspectos, excepto que el predicador no confiara en que el Espíritu Santo lo iba a bendecir para la conversión de almas. Tal mensaje es vano. Ningún sermón es lo que debiera ser si falta la fe: equivale a decir que un cuerpo está sano cuando la vida se ha extinguido. Es admirable ver a alguien humildemente consciente de su propia flaqueza, y al mismo tiempo valerosamente confiado en el poder del Señor para obrar por medio de sus achaques. Podemos gloriarnos en general cuando Dios es nuestra gloria. Si intentamos hacer grandes cosas, no nos excederemos en la tentativa; y esperando grandes cosas, no quedaremos desengañados en nuestras esperanzas. Alguien preguntó a Nelson si. cierto movimiento de sus buques no era peligrosos, y la contestación fue: «Puede ser peligroso, pero en asuntos navales no hay nada imposible ni improbable». Me atrevo a asegurar que, en el servicio de Dios, nada es imposible y nada es improbable. Emprended grandes cosas en el nombre de Dios; arriesgadlo todo, confiados en su promesa, y conforme a vuestra fe os será hecho.

La norma común de nuestras iglesias es la de una gran prudencia. Por regla general, no intentamos nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Calculamos los medios, y medimos las posibilidades con exactitud económica. Luego concedemos un amplio margen para imprevistos, y un porcentaje aún mayor para comodidad nuestra, de modo que realizamos muy poco debido a que no tenemos el propósito de hacer mucho. Ojalá tuviésemos más «agallas». No conozco palabra más adecuada para describir lo que quiero decir; aunque sea una palabra para un campamento militar más que para la iglesia, por una vez usaremos vocabulario ajeno. Tened presente que no hay nada como el valor, aun en tas cosas ordinarias. Sir Richard Sutton, cuando era embajador en Prusia, fue llevado por Federico el Grande a ver el regimiento de los gigantes, cada uno de los cuales medía metro ochenta con las botas calzadas. El rey le dijo: «¿Cree usted que hay algún regimiento en el ejército inglés que pueda luchar contra mis hombres, uno contra uno?» Sir Richard contestó: «Majestad, no sé si el mismo número de hombres podría derrotar a sus gigantes, pero sé que la mitad de ellos lo probarían». Intentemos grandes cosas, pues los que creen en el nombre del Señor vencen por encima de todas las esperanzas. El obrero vive por fe. El muy noble conde de Shaftesbury decía la otra tarde, hablando de los maestros de escuela dominical y su obra: «Era evidente, para todas las personas reflexivas, que había un gran peligro en la ignorancia de los niños de la clase baja; de modo que los senadores, los filósofos y los hombres honrados de toda suerte empezaron a pensar en ello; pero mientras todos estaban enfrascados en la reflexión, unas cuantas personas sencillas y humildes abrían escuelas dominicales y lo hacían». Esta es la clase de fe de la cual necesitamos cada vez más; necesitamos confiar en Dios de tal manera, que en su nombre pongamos la mano en el arado. Es ocioso pasar el tiempo haciendo planes y alterándolos, y no hacer nada más; el mejor plan para hacer la obra de Dios es hacerla. Hermanos, si no creéis en nadie más, creed en Dios sin reservas. Creed completamente. Sumergíos, tanto en lo que concierne a la flaqueza comí) a la fortaleza, en una confianza sencilla en Dios. Decía alguien: «En cuanto a ese hombre, no hay manera de adivinar qué locura emprenderá la próxima vez». No hagáis caso de la mofa, aunque bien podríais decir: «No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de templanza». El fin de todas las cosas mostrará que la fe en Dios es sentido común santificado, sin un átomo de locura en él. Creer la Palabra de Dios, es lo más razonable que podemos hacer; es seguir el camino más sencillo que podemos tomar, y la norma menos peligrosa que podemos adoptar, incluso en cuanto al cuidado de nosotros mismos; pues Jesús dice: «Cualquiera que quisiere salvar su vida la perderá, y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, la hallará». Expongámoslo todo confiados en la fidelidad de Dios, y nunca seremos avergonzados ni confundidos.

Es preciso también que tengáis fe en Dios en forma de expectación. Nuestros hermanos Smith y Fullerton no tendrían bendición en su obra si no estuvieran esperándola; pero estando a la expectativa, procuran tener un lugar donde ciertas personas puedan ocuparse de los convertidos. ¿Empezaremos la siembra, sin proveer un granero? En muchos pueblos, el Señor ha salvado almas mediante la predicación del-Evangelio, pero el ministro nunca ha dicho: «Estaré en tal sala tal día por la tarde, para entrevistarme con las personas que lo deseen», o bien, «después del sermón estaré a disposición de las personas que sientan interés especial». Nunca ha dado a la congregación la oportunidad de decir lo que el Señor ha hecho por ellos; y si le fuera dicho que una docena de personas han sido redargüidas de pecado, tendría una sorpresa, y temería que fuesen hipócritas. No es así cómo hemos aprendido de Cristo. Esperamos capturar peces en nuestras redes, y segar cosechas en nuestros campos. ¿Podéis decir lo mismo, hermanos? Ojalá podáis decir más aún. «Ensancha tu boca, y henchirla he», dice el Señor. Orad y predicad de tal manera, que si no hay conversiones, quedéis atónitos, sorprendidos y quebrantados. Buscad la salvación de vuestros oyentes con tanta Intensidad como el ángel que tocará la última trompeta buscará el despertamiento de los muertos. ¡Creed vuestra propia doctrina! ¡Creed en vuestro propio Salvador! ¡Creed en el Espíritu Santo que mora en vosotros! Pues de esta manera veréis el deseo de vuestros corazones, y Dios será glorificado.

IV. Es hora de que os hable del cuarto punto, a saber, la VIDA. El predicador debe tener vida; es preciso que tenga vida en sí mismo. ¿Estás bien vivo, hermano? Desde luego has sido resucitado como creyente; pero, como ministro, ¿estás completamente vivo? Si hay en el cuerpo de un hombre un hueso que no esté vivo,..se convierte en un nido de enfermedad; por ejemplo, un diente carcomido puede causar daños más graves de lo que muchos se imaginan. En un sistema vivo, una porción muerta está fuera de lugar, y más tarde o más temprano creará intensos dolores. Es demostración de sabiduría el que sea así, pues la podredumbre tiene tendencia a extenderse, y podría haber males imperceptibles si el dolor no diera la señal de alarma. Espero que cualquier parte de nuestra alma que no esté realmente viva nos duela hasta que el mal sea eliminado.

Algunos hermanos no parecen estar jamás enteramente vivos. Sus cabezas viven, son inteligentes y estudiosos; pero lástima que sus corazones estén inactivos, fríos, aletargados. Muchos predicadores no espían jamás en busca de oportunidades, pues la muerte parece haber sellado sus ojos; y su lengua, así mismo, está solamente despierta a medias, de modo que farfullan y tropiezan, y en torno a ellos domina el sueño. Se me ha dicho que, si ciertos predicadores dieran un golpe o agitaran un pañuelo de vez en cuando, o por lo menos hicieran algo fuera de lo habitual, sería un alivio para su congregación. Espero que ninguno de vosotros ha llegado a ser tan mecánico y monótono; pero sé que algunos son pesados pero no pesan, solemnes pero no impresionan. Hermano, deseo que seas vivo de pies a cabeza, vivo de cerebro y de corazón, de lengua y de manos, de ojos y oídos. El Dios vivo debe ser servido por hombres vivos.

Esforzaos en ser vivos en todos vuestros deberes. John Bradford, el mártir, solía decir: «Nunca me voy de ninguna parte del servicio de Dios hasta que me siento enteramente vivo, y sé que el Señor está conmigo allí». Practicad esta regla concienzudamente. Al confesar el pecado, seguid confesándolo hasta que os parezca que vuestras lágrimas han lavado los pies del Salvador. Al buscar el perdón, continuad buscando hasta que el Espíritu Santo dé testimonio de vuestra paz con Dios. Al preparar un sermón, esperad al Señor hasta que tengáis comunión con Cristo, hasta que el Espíritu Santo os haga sentir el poder de la verdad que tenéis que presentar. «Hijo del hombre, come este rollo». Antes de intentar dar la Palabra a otros, que ella entre en vosotros. ¿No hay demasiada oración muerta, predicación muerta. y obra eclesiástica muerta de todas clases? ¿No conocéis iglesias que son como el buque fantasma de la leyenda en el que el capitán, el piloto y toda la tripulación son hombres muertos?

Es cosa triste, pero las he visto, aunque nunca he visto un fantasma. Recuerdo haber predicado hace tiempo en una iglesia que externamente era casi difunta e internamente lo era del todo; y después del culto, durante el cual había sentido un terrible frío en el alma, fui a una sala trasera y allí vi dos personas muy importantes, cómodamente apoyadas contra la repisa de la chimenea. «¿Son ustedes los diáconos de esta iglesia?» les dije. Ellos respondieron que sí lo eran, y yo entonces repliqué: «¡Ya me lo imaginaba!» No les di más explicaciones. Estos pilares de la iglesia necesitaban evidentemente ser apuntalados; pero la fácil comodidad no sirve de nada en la obra del Señor.

Hermanos, cada uno de nosotros ha de tener vida más abundante, y ésta ha de derramarse en todos los deberes de nuestro cargo; la vida espiritual ferviente ha de ser manifiesta en la oración, en el cántico, en la predicación, e incluso en el estrechón de manos y la buena palabra después del culto. Me deleito en estas Conferencias porque son asambleas vivas; la sala no da la sensación de ser una cripta, ni os saludáis unos a otros como un grupo de esqueletos vivientes sin corazón, o como una compañía de respetables mandarines recién salidos del salón de té, moviendo las cabezas y haciendo reverencias de modo mecánico. No puedo soportar las reuniones donde la única exhibición de vida estriba en acaloradas discusiones sobre asuntos de orden, enmiendas, y mociones de «la cuestión previa». Uno se maravilla de las cosillas en las cuales una asamblea es capaz de malgastar horas de precioso tiempo, disputando como si el destino del mundo entero y de los cielos estrellados dependiese del debate. ¡La montaña jadea, pero cuán pequeño es el ratón que da a luz! Hermanos, ojalá estéis vivos, y continuéis estándolo, y diseminéis vuestra vida. Leemos en Platón que los sacerdotes egipcios decían hablando de los griegos: «Vosotros los griegos sois siempre adolescentes, no hay ni un anciano entre vosotros». Tampoco hay ningún anciano entre nosotros en esta hora; estamos llenos de juventud hasta hoy, y si queréis ver a alguien cuyo vigor y ánimo demuestran que sus cabellos grises son solamente externos, ahí está sentado (señalando a Mr. George Rogers). Es tina gran cosa estar continuamente renovando vuestra juventud, sin entrar jamás en la rutina, pero trazando nuevos caminos con vuestras ruedas resplandecientes. Los que son vicios en su juventud, es probable que sean jóvenes en la vejez. Me gusta ver Ja vivacidad del niño asociada a la gravedad del padre; pero especialmente me regocijo en ver un hombre piadoso que conserva la vivacidad, el gozo, el fervor de su primer amor. Es un crimen permitir que nuestros fuegos ardan con poca llama mientras la experiencia nos ofrece cada vez más abundancia de combustible. Que nosotros vayamos de fortaleza en fortaleza, de la vida a la vida más abundante.

Rebosad vida en todo momento, y que esa vida sea vista en vuestra conversación ordinaria. Es un estado de cosas sorprendente el que hace que las buenas personas digan: «Nuestro ministro deshace en el vestíbulo lo que ha hecho en el púlpito; predica muy bien, pero su vida no coincide con sus sermones. El Señor Jesús quiso que fuésemos perfectos como nuestro Padre en los cielos es perfecto. Todo cristiano debe ser santo; pero nosotros tenemos una obligación siete veces mayor de serlo: ¿cómo podemos esperar la bendición divina si no es así? ¡Que Dios nos ayude a vivir de tal manera que podamos ser ejemplos dignos para nuestros rebaños!

En tal caso, la vida pasará de nosotros a otros. El hombre a quien Dios usa para el despertamiento es aquél que ha sido personalmente despertado. Que nosotros y nuestra congregación lleguemos a ser como aquellas fuentes ornamentales que hemos visto viajando por el extranjero; el agua salta como surtidor, y cae en una concha; cuando la concha está llena, la cristalina corriente se desborda en medio de centelleos y cae en otra concha, y el proceso se repite una y otra vez hasta que el resultado encanta la vista. Que en nuestra Conferencia, hermanos, las aguas vivas se derramen sobre nosotros. y luego desborden de nosotros hasta que miles reciban bendici6n, y la comuniquen a otros. Esto es lo que vuestro Señor desea, como dijo: «El que cree en mí, como &ce la Escritura, ríos de agua viva correrán de su Vientre». «Esto dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyesen en él». ¡Que Dios os nene a rebosar, hasta derramarse! Esto es esencial hemos de tener vida. Si entre nosotros se encuentra algún hermano medio dormido, que todo lo hace despacio, que despierte. Si alguno entre nosotros *****ple con su deber con poca vida, como si le pagasen a tanto la libra, y no quisiera dar una libra más, que despierte también. Nuestra obra exige que sirvamos al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, y con todas nuestras fuerzas. No es un lugar para hacer cosas a medias. Vosotros, los muertos, id y tomad una plaza de capellán en el cementerio, y enterrad vuestros muertos; pero el trabajo entre hombres vivos exige vida, vida intensa y vigorosa. Un cadáver puesto entre coros angélicos no estaría más fuera de lugar que un hombre sin vida en el ministerio evangélico. «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos».

V. Lo último, aunque no lo menos importante, entre todas las cosas de que tengo que hablar, es el AMOR. Sin duda alguna, hemos de abundar en amor. Para algunos predicadores es cosa difícil saturar y perfumar sus sermones con amor; pues sus naturalezas son duras, frías, ásperas o egoístas. Ninguno de nosotros es todo lo que debiera ser, pero algunos son pobres de solemnidad en cuanto a amor. No tienen «amor natural» por las almas de los hombres, como dice Pablo. A todos, pero especialmente a los más «difíciles», quisiera deciros: Sed doblemente fervorosos en cuanto al amor santificado, pues sin esto no seréis sino «metal que resuena o címbalo que retiñe». El amor es poder. El Espíritu Santo, la mayor parte de las veces, obra por medio de nuestros afectos. La fe puede mucho, pero amad a los hombres para llevarlos a Cristo, porque el amor es el verdadero instrumento que usa la fe para alcanzar sus deseos en el nombre del Señor del amor.

Amad vuestro trabajo. Nunca predicaréis bien, a menos que estéis enamorados de ello; jamás prosperaréis en ningún cargo especial, a menos que améis a la congregación, y casi diría al pueblo y al templo. Quisiera que estuvieseis convencidos de que vuestra aldea es la perla de la comarca. Pensad que Londres está muy bien como ciudad, pero que como pueblo, el vuestro se lleva la palma. Aun vuestra capilla, con toda su sencillez, debe encerrar encantos para vosotros; sed de la opinión de que el Tabernáculo está muy bien dentro de su clase, pero que tiene grandes deficiencias; una de ellas, que es demasiado grande, —por lo menos demasiado grande para ti. Tu local tiene capacidad solamente para trescientas veinte personas; pero, a tu juicio, es el mayor número que un hombre solo puede pastorear con esperanzas de éxito; por lo menos representa una responsabilidad suficiente para ti. Cuando el amor de una madre hacia sus hijos le hace creer que son los mejores de la localidad, más de su limpieza y sus vestidos; si los creyera feos y molestos, los descuidaría; y estoy convencido de que hasta que amemos de corazón nuestra obra y las personas con quienes estamos trabajando, no haremos gran cosa.

Puedo decir, sin faltar a la verdad, que no conoz0 a nadie en el mundo entero con quien me gustase cambiarme. Decís vosotros: «¡Ah!. Eso no tiene nada de extraño, porque usted está en excelente posición. Estoy completamente de acuerdo; pero pensaba exactamente lo mismo de mi pequeño pastorado en Waterbeach, y me costó mucho trasladarme desde el primero al segundo. Sigo conservando la creencia de que en mi primera congregación había personas como nunca más veré otras, y que, como lugar de servicio, hay grandes atractivos en aquel pueblo de Cambridgeshire. Es una regla a la cual no conozco excepción, que para prosperar en cualquier trabajo es preciso que se sienta entusiasmo por él.

Debéis también sentir un intenso amor por las almas de los hombres, si es que habéis de influirlas para bien. No hay nada que pueda- compensar la ausencia de esto. Ganar almas ha de ser vuestra pasión, tenéis que sentirlo como cosa, innata; es preciso que sea vuestro alimento, la única cosa por la cual contéis la vida como digna de ser vivida. Es preciso que vayamos a la caza de almas, al modo del cazador suizo que persigue a la gamuza porque el espíritu de la caza se ha apoderado de él.

Sobre todo, es preciso que sintamos un intenso amor a Dios. El amado hermano que nos ha dirigido en oración esta mañana, hablaba adecuadamente del poder de que estamos ceñidos cuando ardemos de amor a Dios. ¿Por qué dicen tantos a los niños y a los jóvenes: «Es preciso que améis a Jesús para ser salvos»? Eso no es el Evangelio. El Evangelio es: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo». Somos cuidadosos cuando presentamos este asunto ante los adultos; ¿por qué presentarlo incorrectamente a los jóvenes? Si hubiésemos de hacer una diferencia, sería más sensato decir a los niños que creyesen, y a los ancianos que amasen: el error sería menos dañino, pues el amor es lo que les falta a la mayoría de los hombres. La gracia santificada del amor necesita ser más predicada entre nosotros, y más experimentada por nosotros. Una mujer, hablando del Señor a su ministro, decía: 41 ha oído mi oración muchas veces, y puedo obtener lo que quiera de El, pues por su gracia, estoy en muy buena relación con ÉI». Quería decir que la comunión había obrado un tierno compañerismo, de modo que sus oraciones eran oídas. ¡Ojalá viviésemos en términos de familiaridad con el Bienamado, y sintiésemos siempre su amor en nuestro seno! El amor a Dios ayudará a un hombre a perseverar en el servicio cuando de otro modo hubiera abandonado su trabajo. «El amor de Cristo nos constriñe», dijo alguien cuyo corazón pertenecía enteramente a su Señor. El otro día oí decir a alguien que «el amor de Cristo debería constreñirnos». Esto es cierto, pero Pablo no habló tanto de un deber como de un hecho; él dijo: «El amor de Cristo nos constriñe».

Amados hermanos, si estáis llenos de amor a vuestra obra, amor a las almas, y amor a Dios, soportaréis alegremente la abnegación, que de lo contrario sería insoportable. La pobreza de nuestros hermanos en el campo es una verdadera prueba, y debiera ser aliviada por todos los medios; pero podemos muy bien sentirnos orgullosos de que haya tantos hombres que, por predicar el Evangelio de Jesucristo, están dispuestos a dejar profesiones bien emuneradas, y a soportar dificultades. Otras denominaciones quizá les pagarían mejor; pero ellos rechazan el dorado soborno, y permanecen fieles a Cristo y a las ordenanzas tal como nos fueron dadas. ¡Honor a esos mártires de toda una vida, que aceptan rigurosas privaciones por Cristo y su Iglesia! He oído decir que el diablo, en cierta ocasión, fue a ver a un cristiano y le dijo: «Te llamas siervo de Dios; pero ¿qué haces más que yo? Te jactas de ayunar, mas yo también lo hago; pues ni como ni bebo. No cometes adulterio; tampoco yo». Siguió mencionando una larga lista de pecados de los cuales es incapaz, por lo cual podía declarar estar exento de ellos. El santo por fin le respondió: «Hago una cosa que tú nunca hiciste; me niego a mí mismo». Ese es el punto en que aparece el cristiano; se niega a sí mismo por Cristo. Creyendo en Jesús, – considera todas las cosas como pérdida por el excelente conocimiento de Cristo Jesús, su Señor. Hermanos, no dejéis vuestro pastorado porque el estipendio sea pequeño. Vuestra pobre congregación ha de ser atendida por alguien. No desesperéis cuando los tiempos sean difíciles, pues pronto serán mejores; y, entretanto, vuestro Padre celestial conoce vuestra necesidad. Hemos oído hablar de hombres que han permanecido en ciudades azotadas por plagas, cuando otros huían, porque podían ser útiles a los enfermos. Quedaos, pues, con vuestra congregación cuando les falte el trabajo; sed tan fieles a vuestro Dios como muchos han sido fieles a su filantropía. Si de alguna manera podéis soportar la presente aflicción, estad al lado de la congregación. Dios os ayudará y recompensará, si tenéis fe en él. Que el Señor confirme vuestra confianza, y os consuele en la tribulación.

Adelante, hermanos, seguid predicando el mismo Evangelio; pero predicadlo con más fe, y predicándolo mejor cada día. No retrocedáis: vuestro puesto está al frente. Preparaos para esferas más amplias, los que estáis en lugares pequeños; pero no descuidéis vuestros deberes por buscar mejor posición. Estad preparados para la oportunidad cuando llegue, y tened la seguridad de que el cargo vendrá al hombre que es apto para él. No somos tan de poco valor que necesitemos ofrecernos en todos los mercados; ;as iglesias están siempre en busca de predicadores realmente eficientes. Los hombres cuya aptitud para el ministerio es dudosa tienen actualmente grandes descuentos; pero hay gran demanda de hombres capaces y útiles.

No podéis poner una lámpara debajo de un almud, ni podéis mantener un hombre realmente capaz en una posición insignificante. El patronazgo casi no tiene importancia; la aptitud para la obra, la gracia, la capacidad, el fervor, y un ánimo afable, pronto llevan al hombre a ocupar su lugar. Dios guiará a su siervo a o lugar debido, si tiene la fe de confiar en Él. Pongo estas palabras al final de mi mensaje, porque conozco el desaliento que os rodea. No temáis el trabajar duramente por Cristo; terrible será el momento de dar cuentas para aquellos que lo pasan cómodamente en el ministerio; pero está reservada una gran recompensa a aquellos que soportan todas las cosas por amor a los escogidos. No lamentaréis vuestra pobreza cuando Cristo venga y llame a sus siervos. Será cosa grata haber muerto cada uno en su puesto, sin apartarse en pos de las riquezas, ni correr de Dan a Beerseba para obtener mejor salario, sino quedándose donde el Señor os dijo que mantuvieseis posiciones.

Hermanos, consagraos nuevamente a Dios. Traed nuevas ligaduras, y atad una vez más el sacrificio al altar. Aunque luche por escapar al cuchillo, o esté temeroso del fuego, atadlo con cuerdas a los cuernos del altar; pues huta la muerte, y en la muerte, somos del Señor. Nuestra consigna en este día es rendición completa de todas las cosas a Jesús. ¡Que el Señor acepte el sacrificio vivo, por Cristo Jesús! Amén.

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