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JOSUE: GUIA DE LA VICTORIA

Estas experiencias tienen una aplicación exacta y apropiada para nosotros.

Josué es uno de los dos libros del Antiguo Testamento que todo cristiano debería dominar a fondo. (El otro es el libro de Daniel.) Estos mensajes han sido principalmente diseñados para ayudar a los cristianos a soportar el primer impacto total de la batalla del mundo, la carne y el demonio. Si siente usted la fuerza de los poderes que se oponen, si el tremendo y sutil engaño de los principados y potestades en contra de los cuales estamos han caído sobre usted, de manera que siente que vive en conflicto (Efes. 6:12) estos libros serán especialmente importantes para usted.

El hecho de que Josué siga al libro de Deuteronomio forma parte, sin duda, de la sabiduría y el cuidado de Dios. Deuteronomio nos prepara para Josué presentándonos la importante segunda ley espiritual «la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte (Rom. 8:2), que nos guiará a la experiencia que encontramos en Josué como el libro de la victoria.

El libro de Josué se divide en tres importantes secciones. Los capítulos del uno al cuatro tienen que ver con el momento en que el pueblo entra en la tierra y todo lo que eso representa. Si en este momento está usted luchando con el problema de cómo conseguir una vida de victoria en Cristo, cómo salir del desierto de la duda, de ese vagar inquieto y de la mera subsistencia para obtener toda la bendición de una experiencia guiada por el Espíritu, entonces esta es la sección que debería interesarle, aquella en la que se nos habla del momento en que Israel llega a la tierra, del desierto a Canaan. Los capítulos cinco al veintiuno abarcan la conquista de Israel de la tierra por medio de una serie de batallas y conflictos con los que se encontraron al llegar a la tierra prometida. Los capítulos veintidós a veinticuatro, incluyendo muchos pasajes de labios del propio Josué, exponen los riesgos y peligros en la tierra contra los cuales nos debemos de proteger a fin de permanecer en una situación de victoria, que representa la tierra. La tierra de Canaan es una imagen, como ya hemos mencionado, de la vida llena del Espíritu, la vida que Dios deseaba que todo cristiano pudiese vivir y en esto no hay excepciones. La vida llena del Espíritu no es solo para ciertos cristianos muy avanzados, sino que ha sido provista por Dios para cada uno de los que forman parte de su puedo. Comenzando por el capítulo uno nos encontramos con una imagen muy descriptiva de esa vida:

«Mi siervo Moisés ha muerto. Ahora levántate, pasa el Jordán tú con todo este pueblo, a la tierra que yo doy a los hijos de Israel…!» (1:2)

La tierra se le da al pueblo de Israel, de la misma manera que la vida en Cristo está a su alcance sin que tenga usted que hacer el más mínimo esfuerzo. En el versículo tres, se dará usted cuenta de que a pesar de que la tierra les había sido dada, seguía siendo necesario que tomasen posesión de ella. El título de propiedad es un don de Dios, pero la posesión es el resultado de nuestro caminar en obediencia.

«Yo os he dado, como lo había prometido a Moisés, todo lugar que pise la planta de vuestro pie.» (1:3)

La idea es que podemos tener todo cuanto tomemos. Puede usted tener todo lo que quiera de la vida espiritual, nunca se le dará más. Dios no le dará a usted nunca más de lo que usted esté decidido a tomar. De modo que si no está usted satisfecho con el grado de su experiencia real de victoria, es debido sencillamente a que no ha querido usted más porque puede usted disfrutar de todo cuanto quiera. «Yo os he dado…todo lugar que pise la planta de vuestro pie.

A continuación se describe la tierra como abundante y de gran extensión, una vida en la que encontrará usted todo lo que necesite, en todos los aspectos de su vida. «Una tierra en la que fluye leche y miel. (Exo. 3:8)

«Vuestro territorio será desde el desierto y el Líbano hasta el gran río, el río Eufrates, toda la tierra de los heteos hasta el mar Grande, donde se pone el sol.» (1:4)

Pero nos encontramos con una tierra en la que se plantea al mismo tiempo el conflicto y la victoria:

«Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida. Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te desampararé.» (1:5)

Una de las primeras cosas que aprendemos al encontrarnos en la situación en la que vivimos en el Espíritu es que, a pesar de que nos encontramos con conflictos, cada conflicto puede convertirse en una victoria y no tenemos necesidad de vivir derrotados. Es una frontera, por así decirlo, y no hay nada más emocionante que la vida en la frontera. Esta vida es especialmente como vivir en la frontera obteniendo la victoria en Cristo.

El secreto de vivir en la tierra incluye tanto una promesa como una presencia, un corazón obediente y un espíritu de poder. Dios dijo:

«Esfuérzate y sé valiente, porque tú harás que este pueblo tome posesión de la tierra que juré a sus padres que les daría. Solamente esfuérzate y sé muy valiente…

Va a requerir valor porque no se puede ir de un lado a otro, sin ningún propósito, entre la multitud. Es preciso que camine usted contra corriente.

«para cuidar de *****plir toda la ley que mi siervo Moisés te mandó. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito en todo lo que emprendas. Nunca se aparte de tu boca este libro de la Ley; más bien, medita en él de día y de noche, para que guardes y *****plas todo lo que está escrito en él. Así tendrás éxito y todo te saldrá bien. (1:6-8)

¡He ahí la grandeza del libro de Josué! ¡Ahí tenemos la promesa! La palabra escrita debe de ser nuestra continua meditación, que nos ha sido mandada, y debemos de estudiarla a fin de «conocer la verdad y la verdad os hará libres. (Juan 8:32)

«¿No te he mandado que te esfuerces y seas valiente? No temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas. (1:9) Y contamos con la presencia del Espíritu Santo que nos acompaña porque un corazón obediente da como resultado un espíritu de poder. Así es la vida en la tierra.»

En el capítulo dos nos encontramos con la asombrosa e intrigante historia de Rahab y los espías que fueron enviados por el pueblo de Israel. Cuando estos espías llegaron a la casa de Rahab, ella les escondió debajo de unos manojos de lino que tenía ordenados sobre la azotea secándose. Mientras los hombres de la ciudad les estaban buscando, ellos se enteraron de un secreto sorprendente de labios de Rahab:

«Sé que Jehová os ha dado esta tierra, porque el miedo a vosotros ha caído sobre nosotros. Todos los habitantes de esta tierra se han desmoralizado a causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo que las aguas del Mar Rojo se secaran delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos al otro lado del Jordán: a Sejón y a Og, a los cuales habéis destruido por completo. Al oír esto, nuestro corazón desfalleció. No ha quedado más aliento en ninguno a causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra.» (2:9-11)

¿Cuánto tiempo antes de que entrasen los espías en esta ciudad habían tenido lugar estos acontecimientos? Cuarenta años. En otras palabras, durante cuarenta años los habitantes de Jericó habían sido un enemigo derrotado y sus corazones habían estado desfallecidos, quedando derrotados mucho antes de que los ejércitos ni siquiera se les acercasen. Israel podría haber entrado en cualquier momento y se pudo haber apoderado de la tierra. ¿Cuánto tiempo lleva usted esperando para entrar y librarse de un enemigo derrotado en su vida?

A continuación leemos acerca de los espías:

«Caminando ellos, llegaron a la región montañosa y estuvieron allí tres días, hasta que los que los perseguían regresaron. Quienes los perseguían los buscaron por todo el camino, pero no los hallaron. Después los dos hombres se volvieron, descendieron de la región montañosa y cruzaron el Jordán. Fueron a Josué hijo de Nun y le contaron todas las cosas que les habían acontecido. Ellos dijeron a Josué:

–¡Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos! Todos los habitantes de esta tierra tiemblan ante nosotros.» (2:22-24)

Después de tres días regresaron contando esta historia. Fíjese en los primeros versículos del capítulo tres. En el tercer día «muy de mañana se prepararon para entrar en la tierra. Aquí tenemos un recordatorio de que la resurrección tuvo lugar el tercer día, por la mañana muy temprano. Y fue mediante el poder de la resurrección que entraron y se apoderaron de la tierra de Canaan, siendo esto una imagen de Cristo obrando por medio de nosotros y a través de nosotros para concedernos la victoria sobre todas las derrotas, los impedimentos y todo lo que obstaculiza nuestra vida.

Sin embargo, entre los israelitas y la tierra, seguía fluyendo aún el Río Jordán. El relato de cómo cruzaron el Jordán es bastante parecido al de la ocasión en que cruzaron el Mar Rojo. En muchos sentidos ambos son una imagen de la misma cosa: la muerte. Cualquier hombre que se aventure a atravesar el Mar Rojo sin que se hubiesen separado sus aguas hubiera perecido, de manera que el hecho de atravesar las aguas es una imagen de la muerte.

Ahora bien, como es posible que ya sepa usted, el cruzar el Mar Rojo es una imagen de la muerte de Cristo a nuestro favor, al separarnos del mundo con todas sus actitudes, sus costumbres y opiniones. En otras palabras, cuando usted se hizo cristiano, cambió usted sus ideas y su sentido de los valores. Su bautismo fue una expresión del hecho de que estaba usted pasando de una vida a otra y de que había cambiado totalmente su actitud. Ese fue el Mar Rojo, la muerte de Jesús a su favor.

Pero el Jordán es una imagen de su muerte en Cristo, cuando usted acaba con su existencia adámica, cuando todo cuanto es usted acaba en Adán, cuando deja de confiar en sí mismo, cuando deja de querer dejarse guiar por su propio plan, de tomar sus propias decisiones y de fijar sus propias metas, descubre usted que no puede usted tener la vida de Cristo siguiendo el plan que usted se ha trazado. Si quiere usted aferrarse a su programa, solamente podrá tener usted su propia vida adámica y caída, pero si quiere usted la vida de Jesús, tendrá usted que aceptar al mismo tiempo su plan, que es uno de victoria. Al aceptar el principio que esta decisión representa cruza usted o bien el Mar Rojo o el Río Jordán. Pero el cruzar el Jordán es lo que hace usted al renunciar a su propio programa, cuando se decide y dice: «Está bien, si esto es lo que quieres para mi, Señor, así será. Eso es lo que pasó en el caso de Israel, al entrar en la tierra.

Usted cruza el Jordán de la misma manera que cruzó el Mar Rojo:

«Y Jehová dijo a Josué: –Desde este día comenzaré a engrandecerte ante los ojos de todo Israel, para que sepan que como estuve con Moisés, así estaré contigo.» (3:7)

Por medio de la fe, eso es todo. Mediante la obediencia y por la fe. Dios le está diciendo a Josué: «De la misma manera que guié a Moisés para que Israel pudiese cruzar el Mar Rojo, te guiaré a ti para que Israel pueda ahora atravesar el Jordán. ¡Del mismo modo! Experimenta usted la vida de Cristo por cada momento de vida de la misma manera que hizo usted suya la muerte de Cristo por sus pecados. La fe que le sacó a usted de Egipto es la misma que le lleva a la tierra. Como escribió Pablo: «Por lo tanto, de la manera que recibisteis a Cristo Jesús, el Señor, así andad en él. (Col. 2:6)

¿Era más difícil para Israel cruzar el Río Jordán de lo que lo fue cruzar el Mar Rojo? No, sencillamente pasaron, las aguas se retiraron hacia los lados y atravesaron por el centro. Lo mismo, sin problemas y, como ve, no hay nada de diferente en lo que se refiere a entrar en la tierra. Es sencillamente creer que Dios está en usted y que lo que ha dicho acerca de usted es verdad, que él ha roto los lazos que le unían a usted a su antigua vida (usted estuvo de acuerdo en ello) y le ha dado una nueva base que funcionará. Usted debe creerlo y salir sobre esa base, diciendo: «gracias Señor por estar en mi para hacer a través de mi todo lo que es preciso que haga y así es como entra usted en la tierra.

En el capítulo cuatro leemos acerca de dos conmemorativos que fueron establecidos por Israel. Uno de ellos eran doce piedras, colocadas a la orilla del río de manera que fuese un constante recordatorio para ellos del principio de la fe, a la que habían retornado después de años de haber estado vagando por el desierto. Estoy convencido de que este recordatorio es representativo de la Santa Cena del Señor, que es un continuo recordatorio del principio de vida por el que nos regimos.

El otro era una serie de doce rocas colocadas en el centro del río, que debían de ser colocadas donde estuvieron los sacerdotes mientras pasó todo el pueblo de Israel para llegar al otro lado. Las piedras habían sido colocadas antes de que las aguas regresasen a su lugar. Esta es una imagen de cómo Jesucristo ha permanecido en el lugar de la muerte lo suficiente como para que cada uno de los aspectos de nuestra vida dejen de estar controlados por el yo para estarlo por Cristo.

En el capítulo cinco nos encontramos con la segunda sección de la conquista de la tierra. ¡Qué relato tan impresionante! Al pensar los israelitas en entrar y apoderarse de la tierra, contemplaron la gran ciudad de Jericó con sus enormes murallas. Si bien Jericó era el primer obstáculo visible en su camino, no fue lo primero con lo que se tuvo que enfrentar Israel. Primero había algo que tenían que hacer y estaba relacionado con sus propias vidas. Dios no empieza nunca su conquista con el problema exterior. Descubrirá usted que empieza con usted, que es el primer problema.

Había tres cosas que era preciso que hiciese el pueblo de Israel antes de poder destruir al enemigo que estaba en la tierra. En primer lugar, tenían que ser circuncidados porque toda la generación que había sido circuncidada en Egipto había muerto en el desierto y toda una generación se había criado sin haber sido circuncidada, de modo que al entrar en la tierra, lo primero fue circuncidarles. Como sabemos, por lo que nos dice el Nuevo Testamento, la circuncisión es una imagen de un corazón entregado, es decir, un corazón que ha dejado de confiar en la carne, que se ha separado, es un corazón circuncidado. (Rom. 2:29)

La segunda cosa que necesitaban hacer era celebrar la Pascua por primera vez desde que habían dejado atrás el desierto. La Pascua es un recordatorio de la noche en que el Señor y el ángel de la muerte pasaron sobre las casas de los israelitas en Egipto, porque estaban protegidos por la sangre del cordero. Además es una imagen del corazón agradecido, que recuerda el día de su liberación cuando Cristo se convirtió en el sacrificio de la Pascua por nosotros.

Después de la celebración de la Pascua les fue dado un nuevo alimento. El maná que les había sustentado en el desierto dejó de aparecer el día en que entraron en la tierra y comenzaron a alimentarse de comida satisfactoria, como es el maíz de la tierra. Por lo que he podido descubrir, lo que más se parece en la actualidad al maná es el corn flake. ¿Cómo le gustaría a usted tener que alimentarse de cornflake todos los días a la hora del desayuno, de la comida y de la cena durante cuarenta años? Ellos estaban muy hartos del cornflake cuando llegaron a la tierra de Canaan. Y de hecho, la intención original no fue que lo estuviesen comiendo durante cuarenta años. Se habían tenido que alimentar de algo que les sustentaba y les daba energía, pero que nunca les dejaba satisfechos, pero cuando llegaron a la tierra, encontraron lo que satisface.

La conquista empezó por fin, Josué tuvo que planear la estrategia necesaria para apoderarse de la ciudad de Jericó. Imagino que debió de sentirse muy perplejo y confuso. ¿Cómo se las iba a arreglar para apoderarse de aquella enorme ciudad amurallada con ese «ejército de personas que no habían sido nunca entrenadas para la batalla? Al contemplar la ciudad bajo la luz de la luna, vio a un hombre con su espada desenvainada y le preguntó: «¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos? El le respondió: –No, yo soy el jefe del Ejército de Jehová, que ha venido ahora. (Jos. 5:14) Es decir, «no he venido para ponerme de parte de nadie, pero sí he venido para hacerme con el control. No es tu labor el planear la estrategia de la batalla, esa es mi tarea. He puesto la ciudad de Jericó en tus manos. Entonces este hombre le presentó a Josué el plan de batalla más asombroso que jamás se ha trazado. Lo que tenía que hacer era conseguir sencillamente que el pueblo marchase alrededor de la ciudad una vez al día durante seis día y en el séptimo, siete veces y luego tenían que tocar prolongadamente los cuernos de carnero y las murallas se derrumbarían. Eso era todo.

De igual manera que había tres cosas que tenían que hacer antes de prepararse para la batalla, en esta sección encontramos tres obstáculos principales que tenían que vencer antes de apoderarse de la tierra. Esto es una imagen de tres clases de problemas con los que nos enfrentamos al caminar en la vida cristiana. El primero de ellos es Jericó, con murallas de unos 100 metros de grosor y 20 metros de altura, una inmensa fortaleza, un desafío externo, un obstáculo aparentemente insuperable. Todo ello representa los problemas, que con más frecuencia empiezan al principio de nuestra experiencia al andar en el Espíritu, cuando nos enfrentamos con algo que durante años nos ha dejado desconcertados y se ha burlado de nosotros. Tal vez sea una costumbre o vicio que hemos tenido durante mucho tiempo y que nunca hemos podido vencer. Posiblemente sea alguna circunstancia que vivimos, que es una constante amenaza para nuestra vida espiritual y nada de lo que hagamos parece cambiarla. Puede que sea alguna situación en la que nos encontramos, alguien con quien tenemos que trabajar o algún problema que a nosotros nos parece insuperable.

Hay algo realmente sorprendente acerca de esta clase de problema. Cuando seguimos la estrategia esbozada aquí, sencillamente caminar alrededor de ellos, exhibiendo el arca de Dios (la presencia de Dios) mientras gritamos y tocamos las trompetas como señal de triunfo, las murallas se derrumban. Cuando hay un cambio total de actitud hacia un problema de esta naturaleza, el problema desaparece. El problema no es el obstáculo invisible, sino la actitud que tenemos sobre él y tan pronto como cambia nuestra actitud, el problema desaparece.

Pero Dios hizo que Israel marchase durante siete días enteros. ¿Por qué durante tanto tiempo? Porque ese fue el tiempo que les llevó cambiar de actitud con respecto a Jericó. Durante todo el tiempo habían estado pensando: «¡qué lugar tan grande. ¿Cómo podremos conseguir apoderarnos de él? Es una fortaleza insuperable. Día tras día, mientras marchaban alrededor de aquella ciudad, tuvieron tiempo de pensar que Dios estaba entre ellos, en el poder que había manifestado y en lo que él podía hacer. La actitud de ellos fue cambiando gradualmente, de modo que al séptimo día gritaron triunfantes y las murallas se derrumbaron. El momento en que obedecieron no resultó nada difícil.

El segundo obstáculo con el que se encontraron en su camino fue la pequeña ciudad de Hai. Pero primero tenemos la historia del pecado cometido por Acán, que codiciaba algo que estaba prohibido. Se apoderó de ello y lo escondió y cuando fueron en contra de Hai, Israel fue completamente derrotada. Josué cayó sobre su rostro ante el Señor y dijo: «¡Ay, Señor Jehová! ¿Por qué hicistes…esto? (Josué 7:7) Dios le respondió: «Josué, deja de inclinarte y no me vengas ahora con oraciones. Hay pecado en el campamento, ve y descúbrelo. Finalmente, después de haber buscado en todas las filas de Israel, llegaron hasta Acán y su familia y éste confesó.

Por lo tanto, Hai es una preciosa imagen para nosotros de esos problemas interiores que surgen por causa de nuestras propias lujurias y ante aquello que Dios dice que no podemos y no debemos tener. Representamos el papel de hipócritas y luego descubrimos que somos presa de cada fuerza malvada que aparece en nuestro camino y no tenemos el poder para soportarlo. Experimentamos el fracaso y la derrota igual que le sucedió a Israel, pero el momento en que confesaron el pecado, fueron hasta Hai y dejó de ser un problema. Fue una batalla, pero no un problema. Por medio de ello, obtuvieron la victoria sobre el problema de la carne.

Las dos batallas de Gabaón y Bet-jorón comprenden la tercera imagen de los ataques especiales de Satanás sobre el creyente. Gabaón es la historia de un engaño. Los gabaonitas se pusieron vestiduras viejas, cogieron pan seco y mohoso y odres de vino viejo y cabalgaron sobre asnos costales viejos para encontrarse con Josué. (Jos. 9:3ff). Cuando Josué se los encontró les preguntó «¿de dónde sois? «Bueno le contestaron, «somos de un país lejano. Hemos oído hablar acerca de las grandes proezas de Israel y hemos venido para hacer un tratado con vosotros. Josué dijo: «Cómo sé que sois lo que afirmáis ser? a lo que le contestaron: «Bueno, mira. Aquí están nuestras provisiones. Sacamos este pan fresco del horno cuando salimos y mira lo seco y mohoso que está. Y nuestras vestiduras, lo raídas y andrajosas que están. Hemos venido de tal lejos que nuestros asnos están agotados. Josué les creyó e hizo un pacto con ellos. ¡Cuando hubieron firmado el tratado, Israel se dirigió hacia la cima de la colina y allá abajo estaba Gabaón! Se habían visto atrapados y engañados por el ángel de la luz, habían sido presa de una decepción satánica que parecía ser correcta, buena y digna de confianza, pero no lo era. Tuvieron que actuar conforme a su tratado y no hacerles nada a los gabaonitas y como resultado, los gabaonitas se convirtieron en su aguijón en el costado durante el resto de la historia de Israel. Esa es la historia de Gabaón, el ángel de luz.

A continuación tenemos el relato de Bet-jorón, cuando todos los reyes de los cananitas se unieron y cayeron como una tremenda liga de naciones en contra de Josué. Fue una gran batalla y a pesar de que sobrepasaban grandemente en número a Israel, Dios concedió la victoria de una manera asombrosa, haciendo que el sol se detuviese en su curso, haciendo de ese modo que el día de la batalla durase hasta que consiguiesen la victoria, el largo día de Josué.

Esta es la imagen de lo que sucede cuando el demonio viene como león rugiente en el momento de producirse una catástrofe sobrecogedora que parece destrozarnos, conmocionar nuestra fe y nos hace exclamar: «Dios mío, ¿qué es lo que me está pasando? Y parece que se nos hunde el mundo bajo los pies por causa de algo espantoso, que nos hace titubear, pero Josué se mantuvo incólume en su fe, dependiendo de Dios para que realizase un milagro y Dios lo hizo. Se nos dice que «el justo no será removido jamás. (Prov. 10:30) Por eso es por lo que Pablo nos dice en Efesios que cuando el enemigo se presenta de este modo, debemos de mantener la calma, eso es todo, dependiendo de las promesas de Dios y el enemigo será derrotado. (Efes. 6:13)

El resto de esta sección (los capítulos 11 a 21) no es más que una operación de limpieza. Después de la batalla de Bet-jorón la tierra fue prácticamente de Israel, aunque se produjeron victorias individuales. Las victorias obtenidas por Caleb, por Otoniel y por los josefitas y el establecimiento de las ciudades de refugio contienen todo ello maravillosas lecciones acerca de la audacia de la fe, sobre cómo apropiarnos de lo que Dios ha prometido y usarlo en nuestra vida individual.

En la última lección nos enteramos de los peligros que nos acosan, cómo permanecer en la tierra y ciertos riesgos determinados, que tienen tres facetas. En primer lugar, tenemos el relato de los motivos malinterpretados, que fueron adscritos a los rubenitas, a los gaditas y a media tribu de Manases. Construyeron un altar en el lado equivocado del Jordán, produciendo la indignación entre las otras tribus de Israel. Para ellos, aquello era idolatría y desobediencia a los mandamientos de Dios. De modo que se reunieron y fueron a hacerles la guerra a sus propios hermanos. Cuando llegaron, los rubenitas, los gaditas y media tribu de Manases se sintieron muy molestos. Clamaron diciendo: «Ante Dios os decimos que esto no es una rebelión, permitidnos que os lo expliquemos. (22:23) Luego explicaron que temían que algún día, en el futuro, los israelitas en la tierra pudiesen decir a las tribus que se hallaban fuera de la tierra: «¿Qué tenéis que ver vosotros con Jehová Dios de Israel? Dios ha establecido la frontera aquí en el Río Jordán, vosotros no nos pertenecéis. Estáis fuera de nuestra nación. De modo que dijeron: «No hemos edificado un altar para adorar o para ofrecer sacrificios, sino sencillamente para recordarnos que pertenecemos al pueblo que se encuentra al otro lado del Jordán. (vs. 28) Es una maravillosa imagen que nos muestra el peligro de hacer críticas inapropiadas o de atribuir a otros motivos equivocados. Si hay algo que puede alejarnos de la victoria, es vernos involucrados en una controversia por motivos que no hemos entendido bien.

El segundo peligro es una obediencia incompleta. A pesar de que la tierra había sido entregada al pueblo de Israel, no la poseyeron por completo, sino que dejaron una parte de ella sin conquistar. Como les había advertido Josué al pueblo, al aproximarse el fin de su vida, la parte del pueblo que no habían conquistado y a los que se les había permitido permanecer con vida habría de convertirse en un constante problema para ellos durante el resto de su historia. (23:12, 13)

Por fin Josué se presentó ante el pueblo con un importante mensaje, desafiándoles a que caminasen ante el Señor su Dios diciendo: «escogéos hoy a quién sirváis. (24:15) Está diciendo: «creéis que podéis seguir manteniendo una postura neutral entre seguir al demonio y seguir al Señor, pero no lo podéis hacer. Es exactamente lo que dijo Jesús: «no se puede servir a dos señores. (Mat. 6:24) Es preciso servir o a Dios o a Satanás, no se puede servir a los dos y no es posible adoptar una postura intermedia. Esta es la respuesta de Israel:

«Entonces el pueblo respondió diciendo: –¡Lejos esté de nosotros el abandonar a Jehová para servir a otros dioses! Porque Jehová, nuestro Dios, es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. Delante de nuestros ojos él ha hecho estas grandes señales, y nos ha guardado en todo el camino por donde hemos andado y en todos los pueblos por los cuales hemos pasado. Jehová ha arrojado de delante de nosotros a todos los pueblos, y a los amorreos que habitaban en el país. Nosotros también serviremos a Jehová, porque él es nuestro Dios.»

¡Qué palabras tan valientes!

«Entonces Josué le dijo al pueblo: «No podéis servir a Jehová.» (v. 19)

No podéis hacerlo. El gran peligro en todo lo relacionado con la fe cristiana es la falsa confianza. Puede usted decir: «Pues yo puedo hacer lo que Dios quiere. Cuento con lo que se requiere porque, después de todo, conozco las Escrituras. Me he criado en la iglesia apropiada y, sin duda, puedo andar en fidelidad y honestidad delante de Dios. No me habléis de apostasia, de derrota, de que me haya enfriado espiritualmente, puedo servir al Señor. Josué dijo, sin embargo: «no podéis servir a Dios.

La gran lección de la vida espiritual es que no tiene usted la fortaleza en sí mismo como para mantenerse firme, por mucho tiempo que lleve caminando ante Dios. No puede usted tener ni un momento de fortaleza para arreglárselas solo porque su fortaleza se basa en la debilidad y en su sentido de dependencia. Su sentido de su constante necesidad de la fortaleza de Dios es la única cosa que le puede hacer que se mantenga usted firme. Josué, que era un anciano muy sabio, dijo:

«No podéis servir a Jehová, porque él es un Dios santo y un Dios celoso. El no soportará vuestras rebeliones ni vuestros pecados. Si vosotros dejáis a Jehová y servís a dioses extraños, él se volverá y os castigará y os exterminará después de haberos hecho bien.» (24:19, 20)

«Entonces el pueblo dijo a Josué: –¡No, sino que a Jehová serviremos!»

No sabes de qué estás hablando, Josué, vamos a servir al Señor. Por eso es por lo que el próximo libro, el de los Jueces, el libro acerca de la derrota.

Oración

Padre celestial, qué maravillas del conocimiento y de la sabiduría se encuentran en este extraordinario libro que nos has dado y qué increíblemente pobres somos nosotros por no conocerlo y por descuidarlo. No le prestamos atención y vamos de derrota en derrota, amargamente desilusionados, con frecuencia sin ser apenas conscientes de cuál es el motivo porque lamentablemente no permitimos que el Espíritu nos enseñe. Enséñanos ahora a abrir el libro y a pedir al bendito Espíritu Santo mismo que lo haga real para nosotros, a fin de que lo entendamos, de que captemos lo que dice y de que andemos en su fortaleza, porque te lo pedimos en el nombre de Cristo, amen.