No se lo pierda
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Jesús Hijo: un modelo para copiar

Jesús muestra a sus padres, como deben hacerlo todos los hijos, que los padres tienen que liberarse de la posesividad de sus hijos para que éstos puedan ser verdaderamente libres. Este texto nos muestra el desarrollo normal de un adolescente en una familia sana.

Jesús no abandona a sus padres, solo les señala que ya no es más un niño, ahora es el hijo. Esto es necesario interpretarlo en su contexto histórico. La expectativa de vida era muy limitada en tiempos de Jesús. Estudios realizados por arqueólogos en cementerios del siglo I, muestran que el promedio de vida de los difuntos era de 25 años. Luego a los doce años una persona era adulta. Para que una sinagoga pueda funcionar, aún hoy, se necesita la presencia de por lo menos diez hombres cuya edad sea de trece años en adelante. Esto es necesario para poder representar a la comunidad de los creyentes. Nuestro Señor Jesucristo lo hace mucho más sencillo: «Dondequiera que dos o más se reúnan… allí estaré con ellos».

De la misma manera, los padres de hoy, debemos aceptar que nuestros hijos pertenecen a Dios, el cual les concede libertades y les impone límites. Los padres debemos recordar que nosotros también estamos bajo la soberanía de Dios. Esta realidad puede ser ilustrada con lo que me contó una madre recientemente. «El último de mis hijos terminó el secundario, por ese motivo hicimos una gran fiesta familiar. Esa misma noche tuve un sueño muy raro. En el sueño entré, por error, en un baño para caballeros y me encontré con un hombre que hacía sus necesidades. Al darme cuenta de mi error trato de salir rápidamente pero, de repente, entró mi hijo, el que terminó el secundario, resbala y se cae por el agujero estrecho que se usaba como letrina. El se agarró y sólo le veíamos las manos. Estaba en un agujero lleno de caca. El señor tiró de la cadena y entre los dos logramos sacarlo del agujero. Estaba cubierto de una sustancia gelatinosa y de sangre. Mi hijo no estaba preocupado sino alegre y sonriente y me dijo: GRACIAS MAMA. No sé por qué relaciono este sueño con un parto. Creo que no es necesario insistir mucho más para que todos se den cuenta de que esta madre entendía, inconscientemente, que el bebé que un día dio a luz no existía más, que había desaparecido. Ahora no tenía más un niño, pero tenía un hijo. Y lo seguiría teniendo durante toda su vida.

Si admitimos la afirmación del Dr. Frankl de que existe un inconsciente espiritual y que éste se puede expresar a través de los sueños, el sueño de esta madre es una expresión de una vida espiritual madura.

Los padres deben tener bien claro que por haber crecido, jamás un hijo deja de ser hijo. Sólo que nunca más es un niño, ni debe ser tratado como tal. Ese es el gran ejemplo que nos da Jesús en relación con sus padres humanos. Tratar a los hijos como niños hace mal a los padres y a los hijos.

Del Diccionario de Teología Bíblica, impreso oficialmente por la Iglesia Católica, tomamos un párrafo referido al texto que nos sirve de base para nuestra predicación: «A los doce años, israelita con pleno derecho, proclama Jesús a sus padres de la tierra que debe ante todo entregarse al culto de su Padre celestial (Lc. 2:49). Cuando inicia su misión en Caná, sus palabras a María: «Mujer déjame» (Jn. 2:4) no son tanto las de un hijo cuanto las del responsable del Reino; así reivindica su independencia de enviado de Dios. En adelante la madre desaparece tras la creyente Cf. Mc. 3:32-35; Lc. 11:27 y sigs.» Llama la atención las palabras finales: EN ADELANTE LA MADRE DESAPARECE TRAS LA CREYENTE.

Veamos otra opinión católica, la de una laica francesa, Francoise Dolto, quien en su libro titulado El evangelio ante el psicoanálisis, dice: «En primer lugar, Jesús se separa de María en cuanto madre humana: «No te pertenezco; era tu hijo, pero ahora me debo a los asuntos de mi Padre. Sigo mi propia voz, mi vocación». Para José, Jesús desempeña un papel de revelador. Repite la anunciación del ángel a José en sueños: «No te has equivocado: no soy tuyo, soy hijo del Altísimo». Jesús no pertenece ni a María ni a José. Sin embargo, se somete obedientemente a José para continuar su adolescencia. Ve en este padre aquel que le da unas armas humanas y lo construye, porque hay que ser fuerte para ser carpintero. Hay que ser fuerte para echar a los vendedores del templo. No crece como un clérigo que sólo conoce los libros, ni como un joven retrasado, aparentemente sumiso por temor o dependencia, aunque siempre con una cuenta pendiente con su padre. Es ejemplar que un niño se separe de su madre y descubra la dirección de su vida con la ayuda y el sostén de su padre. El período de la infancia de Jesús se acaba con este hecho significativo. En Jesús nace el hombre. Por sus palabras incomprensibles para sus padres, manifiesta que asume el deseo al que le llama su condición de hijo». (Págs. 35-36)

Jesús, Hijo de Dios

Algunos usos de este título implican la deidad de Jesús. Esto se ve claramente en el primer capítulo del Evangelio según San Juan, en donde se hace referencia al Hijo Unigénito de Dios, o sea, al único en su clase. (Cf. Juan 1:14,18). Aquí a Jesús se le llama el Verbo.

El título de Hijo de Dios también se utiliza para dejar establecida la subordinación de Jesús al Padre, en la humillación que fue para El la encarnación. El Padre es mayor que El y Jesús lo expresa así: «Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo» (San Juan 14:28).

Jesús se somete a la autoridad del Padre, pero hay entre ambos una preciosa armonía en propósito y en acción. Escuchemos sus palabras: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente» (San Juan 5:19).

No podemos comprender el sentido de la encarnación aparte de la redención. La Navidad se corona en la gloriosa mañana de la Resurrección. De ahí ese versículo que todos conocemos de memoria y que algunos han llamado el evangelio en miniatura que dice así: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).

Conclusiones

En el primer sermón planteamos, como conclusión, dos preguntas que ahora repetimos. ¿Por qué no imitar a María como «contrabandista del Cielo», como la llamó Von Allmen? ¿Ha pensado, hermano, que cada vez que usted le presenta a Cristo a una persona está trayendo al mundo, de contrabando, algo celestial? Una cosa es el proselitismo y otra la evangelización. Si lo que nos interesa en aumentar la membresía de nuestra congregación para sentirnos orgullosos de !Cuan grande es!, estamos haciendo proselitismo. Si lo que nos interesa es procurar un mundo mejor donde toda la humanidad haga propia la obra redentora de Jesucristo a través de su sangre vertida en el Calvario para hacer posible el perdón de los pecados, entonces ESTAMOS EVANGELIZANDO.

Veamos ahora una de las cuatro conclusiones del segundo sermón: Uno de los grandes problemas de nuestros tiempos es el peligro de la desintegración de la familia. La Iglesia es la única reserva moral y espiritual que le queda a la humanidad. Todos los cristianos debemos esforzarnos por mejorar nuestras relaciones familiares a la luz del Evangelio, tomando como modelo a la FAMILIA SAGRADA. Esto quiere decir que la mejor evangelización es el testimonio que una familia puede dar a otra por lo que es y por lo que hace.



El mejor modelo de Hijo es Jesús y el mejor modelo de padres humanos son José y María. Dios, nuestro Señor nos ha concedido estos tres modelos arquetípicos, ejemplares. Estos padres son modelos de humildad, fe, disponibilidad ante las demandas divinas, obediencia y perseverancia a través de toda la vida. Rogamos al Señor que bendiga y ayude a cada uno de los hijos de nuestra Iglesia a tomar a Jesús como modelo de hijo. También rogamos al Señor que bendiga y ayude a cada uno de los padres de esta congregación a tomar a José y a María como modelos de padres. Y que el Dios del Cielo, además de una vida familiar feliz en este mundo, nos conceda un día el gozo de estar en Su presencia, justamente por haber seguido el modelo de vida que El nos ha dejado. Pero sobre todas las cosas, porque cada uno de nosotros, de verdad, no a la manera de Zacarías, hemos aceptado a Jesucristo como enviado del Cielo, como nuestro Señor y Salvador personal. Quien con su sacrificio expiatorio ha hecho posible el perdón de nuestros pecados. La salvación personal está al alcance de cada uno de nosotros, sólo hay que tomarla por la fe. Como nos dice San Pablo: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1). AMEN.


Autores: Jorge León