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Escribir cartas es un arte perdido

Escribir cartas es un arte perdido, y eso es una vergüenza. Correo electrónico, mensajes de texto y Twitter, con su rapidez y códigos cortos, se han convertido en el modo moderno de comunicación. Sin embargo, los redes sociales nunca van a poder duplicar la energía que las cartas escritas llevan.

¿Pueden los emails contener esos pedazos de confeti que se caen en su regazo? ¿Mientras está textiendo, puede golpear la tecla de exclamación tan fuertemente que hace un agujero en la página? ¿Puede poner un perfume atractivo en un tweet? ¡Jamás!

En breve, ¡la tecnología moderna no puede gallear! ¡Hemos sido robado de nuestro actitud de comunicar!

¿Dónde estaríamos si no hubiera sido por cartas escritas? Por medio de una carta Cristóbal Colón le dio la noticia del nuevo mundo a la reina Isabel. En una carta Galileo reveló los secretos de su telescopio. En una carta escrito a sus hijos, Louis Pasteur expuso la maravilla médica de la inoculación. También fue por medio de una carta que al Presidente Franklin Roosevelt el pacifista Albert Einstein explicó por qué necesitamos la bomba atómica y la forma de construirla.

A menudo cartas nos cuentan más sobre el escritor que el mensaje. Leonardo da Vinci, quizás el artista más grande del mundo, escribió al Duque de Milan, aplicando por el trabajo de sus sueños—ser un soldado de infantería. William Randolph Hearst, el hombre quien predicó, “Nunca deje que los hechos interfieran con una buena historia,” escribió a su padre con planes de hacer el periodico San Francisco Examiner más rentable: “Vamos a contratar a jóvenes ingenuos del este que todavía creen que hay una fortuna para encontrar en el oeste.”

A veces cartas aun nos dicen lo que no queremos saber. Edgar Allen Poe, por ejemplo, escribió cartas pornográficas y tenebrosas a várias mujeres. Por otra parte, Benjamin Franklin sonó como un cretino total cuando escribió sobre el amor. Sus escritos eran verdaderos reflejos de sus almas.

Durante la segunda guerra mundial empezaron a mandar “correo de victoria”, que se llama “v-mail”: un formulario de una página que pusieron en una fotocopiadora, convirtieron en carrete de película y se lo llevaron a los bases militares en todas partes del mundo. Luego las cartas fueron reproducidas y entregadas a los soldados sufriendo de soledad. Desafortunadamente, la tecnología falló cuando las impresiones de carmín en los v-mails emperzaron a atascar las fotocopiadoras.

Ahora, deje que su mente viaje hacia diecinueve siglos atrás.

Las cartas del Apóstol Pablo fueron los documentos más discutidos de su época. Eran el sistema de radiodifusión de la iglesia primitiva. Cada entrega nueva fue leído y releído por las almas anhelos y ansiosos de aprender más sobre su nueva fe. Las iglesias utilizaron las cartas como notas del sermón y el currículo de la Escuela Dominical.

Pablo usó esta misma metáfora para referirse a la iglesia de Corinto como su «carta de apoyo». Las vidas cambiadas validaron su ministerio. Ellos eran la evidencia de la Palabra de Dios cobrando vida.

¡Esa puede ser la carta más corajuda de todos! Permitió a su congregación ser leído como testimonios de su trabajo, presentaciónes vivientes de su ministerio, vistos y estudiados por los efectos de aplicar las escrituras en sus vidas.

No obstante, ellos no eran las únicas cartas. La Biblia está llena de carteleras vivientes, quienes tenían un cambio total en sus vidas cuando se enfrentaron con la verdad.

  • Mateo era un despreciado recaudador de impuestos antes de que él fue invitado a seguir a Cristo. Más tarde escribió un libro sobre el Salvador que nunca dejará de existir.
  • María de Magdalena estuvo poseída por demonios, pero después de conocer a Cristo, ya no estuvo embrujada y un Espíritu nuevo la liberó.
  • Una mujer espiritualmente quiebra vino al pozo para sacar agua, nada más. En pócos minutos ella fue transformada en una evangelista.
  • Zaqueo era un político duro y corredor de mucho poder. Sin embargo, después de sólo una cena con Jesús, se convirtió en un filántropo muy reconocido.

La vida de cada creyente se convierte en una carta al mundo, “redactada por nosotros; una carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en frías losas de piedra, sino en las páginas palpitantes del corazón.”

Usted graba las palabras de Dios en los corazones de la gente que le rodea más y más cada semana. En turno, se convierten en cartas profundas para todo el mundo del Cristo viviente.

— Ron Walters