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El Poder De Un Mensaje

 

Buenos días,

Por los miembros que conformaban el Tercer Ejercito esto fue conocido simplemente como El Discurso

Su estilística entrega y discurso fue tan icónico como lo era su casco pulido y su pistola Magnum Smith & Weston de calibre .357. Para terminar de adornar su llegada, él siempre llegaba en su Mercedes que portaba placas más grandes de lo normal al frente y detrás de la carrocería y por supuesto la ruidosa y particular bocina con la que anunciaba su llegada desde la distancia.

El general George S. Patton no fue un soldado ni tampoco un oficial promedio. Por lo que su infame discurso, el cual fue dado a cada una de las divisiones bajo su dirección, que generalmente promediaban entre 15,000 hombres quienes se convirtieron en atentos espectadores. Los discursos repletos de blasfemias y palabrerías siempre fueron una gran vergüenza para los otros oficiales de alto rango quienes percibían tales discursos como muy poco profesionales, lo cual a Patton nunca pareció importarle. (Una versión más blanda del mismo discurso fue personificada por George C. Scott en la película Patton la cual otorgo a Scott un premio de la academia por su interpretación de la misma).

El discurso de Patton fue extemporáneo en naturaleza usando el lenguaje bajo y común de los cuarteles. Sin apuntes ni notas y solo con grandes broches de que desplegaban un gran efecto visual en sus boleadas botas de caballeriza, el objetivo de Patton era animar e inspirar a los cadetes a no perder la valentía cuando estuvieran bajo ataque. Con un gran silencio y atención todos escucharon su discurso.

Un hombre con un mensaje es una fuerza poderosa.

En el año de 1727 un hombre de veinticuatro años llamado, Jonathan Edwards, fue ordenando por su iglesia en Northampton, Massachusetts y posteriormente fue asignado el roll de pastor académico lo que requería de trece horas de estudio al día. Dos años más tarde, Edwards fue nombrado pastor principal de la congregación Northampton, la cual fue una de las iglesias más influyentes de las originales trece colonias.

La pasión de Edwards era la absoluta soberanía de Dios. Cuanto más predicaba, mucho más Northampton tomaba nota. En seis meses, se añadieron 300 nuevos conversos a la iglesia. Esto, en parte, fue el comienzo del Gran Despertar. Y de éste su más famoso mensaje, Pecadores en las manos de un Dios enojado.

Edward no era un gritón. Hablaba con voz tranquila, emotiva, moviéndose entre su audiencia lentamente de punto a punto. Pero Edwards, usó imágenes vivas y lenguaje dramático, para así destacar claramente que el infierno es un lugar real, y aquellos sin Cristo están destinados a la horrible realidad que les espera. Su mensaje era frecuentemente interrumpido por los gritos frenéticos de fuerte llanto y, “Qué debo hacer para ser salvo.”

Un hombre con un mensaje es una fuerza poderosa.

Y luego tenemos al hijo del carpintero de Nazaret que en una nación hastiada por un sinfín de rabinos balbuceantes era único entre ellos. El clero se citaba entre sí, pero Jesús citaba a Dios. Las escrituras eran su autoridad, las usaba con fuerza y libertad cortando profundamente.

Jesús identificó a su audiencia y habló el idioma de los agricultores, recolectores de impuestos, prostitutas y pescadores, habló de una manera que todos pudieran entender. Se estableció desde un principio a prueba de fallas para la predicación: cuanto mayor es la previsibilidad, menor será el impacto; cuanto menor es la previsibilidad, mayor será el impacto. Sus palabras resonaban con la gente, y ellos querían más de él.

Él fue su propio mejor mensaje. Vivió sus palabras. Su vida santa eliminaba cualquier duda sobre su autenticidad. Su ausencia del pecado le hizo imposible de condenar. Aunque nadie estaba por encima de él, tampoco, nadie estaba por debajo de él. Su humildad estaba en perfecta sincronía con su absoluta autoridad. Nadie podía replicar una vida santa más que Dios mismo.

No es de extrañar que “la gente admiraba su doctrina”, y “lo escuchaban con deleite”. Incluso los niños, los críticos más transparentes del mundo, les encantaba sentarse con él mientras hablaba.

Un hombre con un mensaje es una fuerza poderosa.

Como pastor, le han llamado soberanamente para dar un mensaje también, un mensaje con consecuencias eternas. Dios te ha seleccionado para esta tarea. Él incluso te ha equipa con las palabras que necesitas –Sus palabras son la fuerza máxima. Prepararte cuidadosamente. Entrega tu mensaje de manera efectiva. Y, déjale los resultados a Él.

 

Bendiciones,

 

Ron Walters

Vicepresidente de relaciones ministeriales

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