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EL FRACASO DE UNA GRAN VICTORIA

Este fue el caso de Moisés. Después que resistió hasta lo último el llamado divino, ahora se encuentra —en el fiel *****plimiento de su tarea—con su primer y gran fracaso. La negativa del Faraón de no dejar ir a Israel, sino agravarles más la pesada carga en la elaboración del material para la construcción, tuvo que haber llevado a Moisés a un estado deprimente. Cuando pensó que al ir y decirle al Faraón: «Jehová el Dios de Israel dice así: deja ir a mi pueblo a celebrar fiesta en el desierto» v. 1 sería suficiente, se da cuenta que aquello no era sino el comienzo de una larga disputa. Moisés oyó las rudas y desafiantes palabras del Faraón cuando preguntó: «¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel» v. 2. Con esta respuesta el pobre Moisés regresó a su original excusa. Cuando él le dijo a Dios «¿Para qué me enviaste?» v. 22 estaría recordándole a Dios por qué él había resistido su llamado. Este pasaje nos muestra un lado muy humano de las cosas. Nuestro caminar cristiano está lleno de desencantos, de desánimo, de decepciones y hasta de eventuales fracasos. Pero si recordamos quien está al mando y control de todo, si recordamos que nos aguarda una gran victoria al final de la jornada, avanzaremos confiados, aunque nos encontremos con severas pruebas en el camino. El final de una victoria transita muchos caminos de pruebas.

I. UNA BUEN COMIENZO NO ASEGURA LA VICTORIA v.4:27-31
Después que Moisés fue convencido que él era el hombre para la tarea; después que le compartió a su suegro la experiencia extraordinaria del llamado divino; después que tomó la decisión de ir a Egipto con su familia para liberar a su pueblo, trayendo consigo la vara de la autoridad; después que se reunió con su hermano Aarón y con todos los ancianos de Israel, se podía pensar que la liberación del pueblo de mano de los egipcios ya era un hecho consumado. Aquella primera entrevista con los ancianos de Israel tuvo que ser única en su tipo. Bien puede uno imaginarse la narración que hizo Aarón, el vocero de su hermano, sobre todas las señales que Dios le mostró a Moisés. Pero aún más, la forma cómo él mismo hizo tales señales delante de todos ellos. Allí él tuvo que haberles hablado del fenómeno de la zarza de donde provino la voz y no se consumió. Tuvo que haberles hablado sobre la vara convertida en culebra y la mano convertida en lepra. Todo esto tuvo que haber traído un profundo convencimiento en aquella honorable reunión de ancianos. Y fue así porque el texto nos dice: «Y al oír que el Señor había estado pendiente de ellos y había visto su aflicción, los israelitas se inclinaron y adoraron al Señor» v.31 (NVI) Esta primera reunión tuvo que haber despertado, no solo un profundo gozo y confirmación en Moisés, sino que de allí saldría con un gran entusiasmo, convencido de una gran victoria. Tal noticia tuvo que haber llenado a Israel de una nueva esperanza. Los gritos de libertad debieron haberse escuchado en cada casa. Y con ese respaldo del pueblo, se dirige al Faraón. Moisés conocía muy bien el camino al trono del rey. Todo le era familiar. Y creyendo que con usar la palabra de autoridad que salía del nombre de Jehová v.1, el rey dejaría ir al pueblo, se enfrenta su primer fracaso. El Faraón sería un “hueso duro de roer”. De este modo vemos que el asunto no sería tan fácil. Moisés iba a aprender la primera lección de lo que significa la perseverancia. Él iba a necesitar una paciencia extra porque el pueblo a conducir sería terco y murmurador. Con Moisés aprendemos que la conquista de las batallas espirituales no es asunto de una primera vez. Dios pudiera concedernos las peticiones en nuestro primer intento, pero eso le quitaría a la vida el sentido del esfuerzo y la persistencia. En la vida espiritual necesitamos de mucha madurez y constante dedicación para lograr la victoria.

II. TODA VICTORIA SE ENFRENTA CON UN “FARAÓN” v.5: 2
Moisés conocía muy bien al Faraón Egipto. Su estadía allí por unos cuarenta años, le permitió conocer muy bien el concepto, con proporciones divinas, que los egipcios tenían de su rey. Todos ellos creían que sus faraones eran dioses; y los faraones hacían todo lo posible para fortalecer esa creencia entre su gente. Las grandes pirámides que tenemos hasta el día de hoy, donde yacen los restos de momias embalsamadas, son pruebas de la llamada inmortalidad del rey. La mitología egipcia sostiene hasta ahora que los faraones fueron inmortales. Esta creencia no solo hacía al rey un ser “todopoderoso”, sino que a la hora de desafiar su autoridad, colocaba a cualquier mortal bajo la mira de alguien que ocupaba el lugar de Dios. Esto explica las duras palabras con las que el Faraón contestó a Moisés y Aarón frente a la petición de dejar ir a su pueblo. Note la arrogancia y el paroxismo de burla altanera con las que el Faraón recibe a los mensajeros hebreos: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” v. 2. Puesto que el Faraón se consideraba dios, y nadie más era superior a él, la pregunta parecía no tener respuesta. Si ese Dios representaba a los israelitas, entonces era un Dios de un montón de esclavos, y, ¿cómo se atrevía ese Dios hacer tal demanda? Por otro lado, el Faraón los recriminó porque estaban estorbando la tarea del pueblo v. 4. Y así, en lugar de oír la petición, les agravó la carga v. 6-18. Aquella actitud del rey tuvo que haber golpeado a estos dos esperanzados hermanos. Por seguro salieron del palacio oyendo las burlas de los cortesanos. Pero aquel Faraón se equivocaba al pensar que era dueño de Israel y que les manejaría a su antojo para siempre. Muy pronto comenzaría a tener respuesta a la pregunta arrogante que hizo. Muy pronto descubriría que él no era tan “todopoderoso” como pensaba. Meses después él fue derrotado y Egipto casi destruido con las plagas venidas de Dios. El camino de la libertad cristiana se enfrenta con algún “faraón”. Casi siempre tiene la intención de desanimarnos, así como traer todo tipo de frustración, desencanto y paralización en nuestro caminar cristiano. Ese “faraón” pudiera ser alguna amargura que no deja libre y en paz al alma atribulada. Pudiera ser una penosa enfermedad para la que no encontramos una pronta salida. Pudiera ser el recuerdo de una acción indebida que viene a perturbar el gozo. Pudiera ser la tentación de un vicio, el engaño de alguna pasión de la carne, e incluso, la rebeldía del carácter. Y es posible que al igual que Moisés y Aarón le hemos dicho a ese “faraón”: deja en libertad a nuestra vida; nosotros queremos servir a nuestro Dios fuera de Egipto. Y de esta manera descubrimos que ninguna victoria en la vida cristiana es alcanzada a menos que nos enfrentemos al gigante del “Faraón”. Solo que mientras ese enemigo se levanta con nosotros, la Biblia nos consuela al decirlos: “Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto los que me persiguen tropezarán…” (Jer. 20:11). Con tal promesa no hay “Faraón” que se oponga.

III. EN EL FRACASO DESCUBRIMOS AL SEÑOR DE LA VICTORIA v. 22
Moisés oyó claramente las rudas e insensibles palabras del Faraón, no solo para no dejar ir a su pueblo, sino para amargarle más la condición, ya insoportable, que el pueblo de Israel tenía por la esclavitud. De igual manera oyó las palabras, llenas de una gran angustia y agonía, de los capataces de Israel cuando regresaron frustrados de la presencia del Faraón, porque en lugar de aminorarles las pesadas cargas, les mandaron a recoger la propia paja para hacer los ladrillos de la construcción. De esta manera se quejaron delante de Moisés y Aarón: “Mire Jehová sobre vosotros, y juzgue; pues nos habéis hecho abominables delante de Faraón y de sus siervos, poniéndoles la espada en la mano para que nos maten” v.21. Estas palabras tuvieron que ser como una muerte para Moisés. Allí tuvo que morir a sus propios planes, a sus propias ambiciones, al orgullo de los eventuales milagros que había hecho, e incluso, a todo aquello que pudiera haberse despertado en su corazón porque iba a ser el gran caudillo de toda una nación. Aquella situación tuvo que haberle llevado a un sacudimiento total. Vendría una y otra vez el deseo de regresar a Madián, al lado de las bondades de su suegro y al pastoreo de sus ovejas. Sin embargo, aquella experiencia fue para Moisés como la “muerte del trigo”, de acuerdo a lo que Jesús dijo cuando habló de su propia muerte (Jn. 12:23-26). Con esto Moisés entendió que Dios tenía el propósito de bajarle antes de levantarle. Y todo esto es así porque en la vida espiritual necesitamos llegar al punto de vaciarnos antes de ser llenados. De una terminación de nosotros mismos antes que Dios pueda comenzar su obra en nosotros. El texto dice que “Moisés se volvió a Jehová”. Aquí está la diferencia en toda este primer fracaso. Moisés no se regresó a Madián. No se regresó a sus antiguos oficios. En su fracaso, él se regresó a Dios. Él no abandonó todo, sino fue a la persona correcta. El problema de muchos cristianos es que en medio de sus derrotas no terminan de regresar al Señor. ¿Cuál es el resultado cuando volvemos de nuestros fracasos a Dios? ¿Qué sucede cuando nos vaciamos de aquello que nos duele, que nos molesta, que nos lastima, que nos ha ofendido? El resultado es el mismo que experimentó Moisés. Al igual que a él, Dios nos dice hoy: “Ahora verás lo que yo haré a Faraón; porque con mano fuerte los dejaré ir, y con mano fuerte los echaré de la tierra” (6:1) El versículo ofrece dos enormes declaraciones que debieran tomarse como firmes promesas para cuando sintamos que hemos fracaso en el primer intento. Se habla de una “mano fuerte” para dejarlos ir, y de una “mano fuerte” para echarlos de la tierra.

CONCLUSIÓN: En la vida espiritual no siempre se logran las victorias en el primer intento como fue el caso del emperador Julio César, quien después de una rápida victoria sobre Farnaces en Zela, en el reinado de Ponto, por allá en el año 47 a. C, dijo: “Llegué, vi y vencí” (Veni, vidi, vinci) Pero más bien, como otro dijo: “Si quieres vencer, vuelve a comenzar, porque en este mundo hay que hacerlo todo dos veces… o más”. Moisés aprendió que el secreto de la victoria no consistió en su capacidad como líder, ni tampoco en la de su hermano Aarón. Aprendió que la mejor manera de enfrentar al “Faraón” es a través de una absoluta dependencia en Dios. En la vida espiritual los fracasos no son el fin de la jordana, más bien son los síntomas que auguran una gran victoria. ¿Va usted de derrota en derrota o de triunfo en triunfo? ¡No se aflija si ha tenido una derrota, usted no es el único que ha pasado por esto! Regrese a Dios y levántese porque el camino de la victoria total tiene muchas pruebas que deben ser superadas. Dios lo hizo a través de Moisés y lo quiere hacer también contigo. Amén.