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Detrás de las paredes de la prisión

Es una vista atemorizante. Con Dios, sin embargo, he podido ver más allá de las paredes y del alambre de púas. Y he llegado a un acuerdo con las acciones que me trajeron a este punto inesperado de mi vida.

Cuando estaba en el exterior, había muchos días, aún semanas, que pasaban sin un solo pensamiento sobre Dios. Pero aquí, dentro de las paredes de la prisión, escasamente una hora pasa sin que me acuerde que Jesucristo es mi Señor. ¿Qué ha cambiado? He aprendido, aunque sea por mí mismo, cómo encontrarlo a través de la oración.

Tan pronto como estuve detrás de las rejas, descubrí que aparentemente había sido abandonado por el mundo. Quien fuera mi esposa durante quince años se divorció de mí. Mis hijos no podían visitarme; no los he visto en tres años. Cualquier familia que alguna vez reclamé desapareció. En la cárcel del Condado, mientras esperaba el juicio, asistía a misa regularmente, lo que jamás había hecho mientras estaba “afuera”. Y oraba; créanme, oraba. Repetía el rosario tres veces al día y por lo menos cincuenta “Padre Nuestros” para tratar de llenar el vacío en mi vida. Pero mis oraciones no resultaban. No lograba atravesar el momento, y nunca me sentí tan solo en mi vida.

No fue hasta que volví a La Biblia que encontré un sentido de pertenencia. Finalmente me di cuenta que alguien estaba conmigo, tomando mi mano y dándome fuerza. Descubrí que Cristo había estado allí todo el tiempo, caminando lado a lado conmigo. Ahora era tiempo de edificar la relación que Él había comenzado. Una nueva familia reemplazó la anterior, elegida por el Señor. Fue una familia que el Señor designó para fortalecerme durante un tiempo de gran necesidad. Provista en respuesta a las oraciones que había hecho desesperadamente mientras estaba en la cárcel del Condado.

En estos días habito en una celda de prisión, pero dedico mi tiempo a edificar mi relación con el Señor. “Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo” (Salmo 27:4). He tenido que aprender a orar desde la nada. Los escritos del teólogo del siglo XIII, Tomás de Aquino, han sido una grandiosa inspiración en mi camino hacia el Señor en oración. En particular, Aquino describió cinco cualidades básicas las que yo lucho por hacer parte de mi vida de oración.

La confianza
Está en primer lugar, la Escritura nos dice “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). No necesitamos huir avergonzados de Dios nuestro Padre. Mientras que vayamos hacia Él y creamos, Él escuchará y responderá a nuestras oraciones, aún en nuestro tiempo de mayor necesidad, con su misericordia y gracia.

Lo conveniente
Es el próximo aspecto. Para mí esto significa pedir a Dios lo que es bueno para Él, lo que es correcto y conveniente (1 Juan 5:14), antes que lo que parece mejor para mí. Estamos aquí para hacer la voluntad del Señor, no aquellas cosas que más nos interesan.

Orden
En la oración nuestros deseos deben estar declarados en forma ordenada. Porque nuestra oración es una expresión de nuestros deseos.

Devoción
Para mí esta es la esencia de la oración. Salmos 25:2 me dice que confíe en Dios y aprenda sus caminos como un niño con su padre, y yo lo busco y estudio sus caminos a través de la oración y su Palabra, y mi devoción hacia Él aumenta.

Humildad
Es mi desafío más grande. Demasiadas veces durante la oración me veo menospreciando y juzgando a otros, y agradeciendo a Dios que no soy como ellos. Soy un fariseo que despreció al recolector de impuestos. Pero sé que para recibir lo mejor del Señor, debo ser humilde: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5:6).

Mis pecados me han traído a la celda de prisión que ocupo ahora. Uno podría fácilmente preguntarse cómo puede cambiar completamente una vida en un ambiente de prisión. Pero al haber llegado en la oración hasta donde he llegado, eso es lo que me sucede a mí. Dios se ha dignado poner su templo dentro de mí. Pero tuve que buscarlo. La llave fue expandir mis viejos hábitos de oración hacia algo que era comunicativamente más poderoso y una fuerza dominante en mi vida.

Tuve que edificar una nueva celda a mi alrededor, para dejar que Dios sea mis paredes. Finalmente, tuve que existir en ese estado de gracia y amor que el Salvador tanto desea para cada uno de nosotros. Tuve que abrir mi corazón a Él y a mí mismo, y hacerlo mi guía. Mientras todavía lucho algunas veces con la oración, tengo confianza que el orden, la devoción, lo conveniente y la humildad de mis oraciones me llevarán cada vez más y más cerca de Él.

Michael Braham está encarcelado en la Penitenciaria Del Estado de Arizona, EE.UU.
Este artículo ha sido publicado previamente en la revista de las Carmelitas.