No se lo pierda
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CERTIFICADO DE EXITO DE LA ORACION

Pero, no obstante, como niño que llora en la oscuridad con angustioso anhelo de recibir ayuda de uno u otro lugar, difícilmente puede saber de dónde, el alma un profundo pesar casi invariablemente clama a algún ser sobrenatural en demanda de socorro.
No hay personas más dispuestas a orar en tiempo de angustia que aquellas que han ridiculizado la oración en tiempos de prosperidad; y probablemente no hay oraciones más reales y en conformidad con los sentimientos de la hora que las que el ateo ha ofrecido bajo la presión del temor de la muerte.

En uno de sus papales en el Tattler, Addison describe a un hombre que, a bordo de un barco, se jactaba ruidosamente de su ateísmo. A1 sobrevenir un repentino vendaval, cayó de rodillas y confesó al capellán que había sido ateo. Los rudos marineros que nunca antes habían oído esa palabra pensaban que se trataba de algún extraño pez, y se sorprendieron en extremo cuando vieron que era un hombre, y supieron de su propio boca «que nunca, hasta ese día había creído que hubiera un Dios.» Uno de los viejos marineros le dijo al contramaestre que sería una buena obra echarlo por la borda, pero consideró que era una sugerencia cruel, porque la pobre criatura ya estaba en un estado tan miserable que su ateísmo se había evaporado, y en medio de un terror mortal clamaba a Dios pidiendo que tuviera misericordia de él.

Han ocurrido incidentes similares no una ni dos veces. En realidad, el escepticismo jactancioso se bate en retirada tan frecuentemente que siempre esperamos vuelva a ocurrir lo mismo. Quítese toda restricción artificial de la mente, y puede decirse de todos los hombres que, al igual que los compañeros de viaje de Jonas, cada uno clama a su Dios estando en tribulación. Como las aves en sus nidos, y los ciervos a sus matorrales, los hombres en su angustia vuelan en busca de socorro a un ser superior en la hora de la necesidad.

Por instinto, el hombre se volvió a su Dios en el Paraíso; y ahora, aunque en un grado lamentable es un monarca destronado, permanecen en su memoria vestigios de lo que era, y memoria en cuanto a donde encontrar su fuerza. Por lo tanto, no importa dónde encontráis a un hombre, si está en angustia, pedirá ayuda sobrenatural. Creo en la veracidad de este instinto, y que el hombre ora porque hay algo en la oración. Como cuando Dios da a sus criaturas el don de la sed, es porque existe el agua para saciarla. Y cuando crea el hambre es porque existe el alimento correspondiente al apetito. Así cuando él inclina a los hombres a orar es porque la oración tiene una bendición correspondiente unida a ella.

Encontramos una poderosa razón para esperar que la oración sea efectiva en el hecho de que es una institución de Dios. En la palabra de Dios repetidas veces se nos da el mandamiento de orar. Las instituciones de Dios no son necedad. ¿Puedo yo creer que el Dios infinitamente sabio me ha ordenado un ejercicio que es ineficaz y que no es más que un juego de niños? ¿Me ordena orar, y sin embargo, la oración no tiene más resultado que si silbo al viento, o le canto, a un matorral? Si no hay respuesta a la oración, la oración es un monstruoso absurdo y Dios es el autor de ella. Y esto es una blasfemia si alguien se atreve a afirmarlo. Ningún hombre que no sea un tonto seguirá orando una vez que se le ha probado que la oración no hace ningún efecto delante de Dios, y que nunca recibe una respuesta. La oración es una tarea de idiotas y locos, y no para personas sanas, si fuera verdad que sus efectos terminan en el mismo hombre que ora.

Esta mañana no entraré a argumentar sobre la materia, más bien, voy a considerar mi texto, el cual para mí, por lo menos, y para vosotros que sois seguidores de Cristo, es el fin de toda controversia. Nuestro Salvador sabía muy bien que surgirían muchas dificultades en relación con la oración, y podrían hacer vacilar a sus discípulos, así que contrarrestó toda oposición mediante una afirmación incontrovertible. Leed las palabras: «Y yo os digo: Yo, vuestro Dios: Yo os digo, pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.»

En el texto nuestro Señor hace frente a todas las dificultades, en primer lugar, dándonos el peso de Su autoridad, «Yo os digo;» en segundo término, obsequiándonos una promesa, «Pedid y se os dará,» etcétera; y luego recordándonos un hecho indiscutible, «todo el que pide, recibe.» Tenemos aquí tres heridas mortales para las dudas que el cristiano pueda tener en cuanto a la oración.



I. En primer lugar, NUESTRO SALVADOR NOS DA EL PESO DE SU PROPIA AUTORIDAD: «Y yo os digo.»



La primera marca de un seguidor de Cristo es que cree a su Señor. De ningún modo podemos seguir al Señor si levantamos dudas acerca de puntos que El ha establecido positivamente. Aunque una doctrina esté rodeado de diez mil dificultades, el ipse dixit del Señor Jesús las suprime todas, en lo que concierne a los cristianos verdaderos. La declaración de nuestro Maestro es todo el argumento que nescesitamos: :»Yo os digo» es nuestra lógica. ¡Razón! te vemos majestuosa en Jesús, porque El nos ha sido hecho por Dios sabiduría. El no puede errar, no puede mentir y si El dice: «Yo os digo,» todo debate llega a su fin.

Pero, hermanos, hay algunas razones que nos deben llevar a descansar más confiadamente en la palabra de nuestro Señor Jesús, pero en la explicación que tenemos en consideración hay una fuerza especial. Se ha objetado que no es posible que la oración pueda ser contestada, porque las leyes de la naturaleza son inalterables, y todo debe seguir su curso y así será sea que los hombres oren o no. No nos parece necesario demostrar que las leyes de la naturaleza sufren perturbaciones. Dios puede obrar milagros, y puede obrarlos todavía como lo hiciera antaño, pero no es parte de la fe cristiana que Dios tenga que obrar milagros para responder las oraciones de sus siervos. Cuando un hombre, para *****plir una promesa tiene que desorganizar todos sus asuntos, y por decirlo así, tiene que detener toda su maquinaria, ello demuestra que es sólo un hombre, y que su sabiduría y poder son limitados; pero El es verdadero Dios, y sin dar marcha atrás a su maquinaria, o sin quitar un solo diente a la rueda, *****ple los deseos de su pueblo cuando los presenta delante de El. El Señor es tan omnipotente que puede lograr resultados equivalentes a milagros sin necesidad de suspender en él más mínimo grado alguna de sus leyes. En el pasado, por decirlo así, detuvo la maquinaria del universo en respuesta a la oración, pero ahora, con una gloria igualmente divina, El ordena los sucesos de modo que pueda responder las oraciones de los creyentes, y sin suspender no obstante una sola ley natural.

Pero esto está lejos de ser nuestro único y principal consuelo; ello radica en el hecho de que oímos la voz de uno que es competente para hablarnos de la materia, y El dice: «Yo os digo, pedid y recibiréis.» Sea que las leyes de la naturaleza sean irreversibles o no, «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis.» Ahora bien, ¿quién es el que lo dice? Es el que ha hecho todas las cosas, sin el cual nada de lo que ha sido hecho fue hecho. ¿No puede hablar hasta este punto? ¡Oh, tú Verbo eterno, que en el principio estabas con Dios, pesando las nubes y amarrando los cimientos de la tierra, tú sabes cuáles son las leyes de la naturaleza y su inalterable constitución, y si tú dices «Pedid y se os dará,» entonces, ciertamente será así, sean lo que fueren las leyes de la naturaleza. Además, nuestro Señor es adorado por nosotros como el sustentador de todas las cosas, y viendo que todas las leyes de la naturaleza son operativas solamente por su poder, y que son sostenidas en su acción por su poder, el debe ser conocedor del mecanismo de todas las fuerzas del universo, y si dice: «Pedid y se os dará,» El no habla por ignorancia, más conoce lo que afirma. Podríamos estar seguros que no hay fuerzas que puedan impedir el *****plimiento de la palabra del Señor. De parte del Creador y Sustentador de todas las cosas, la expresión «yo os digo,» pone fin a toda controversia para siempre.

Pero se ha presentado otra objeción que es muy antigua y tiene apariencia de gran fuerza. No es presentada por los escépticos, sino por los que sustentan parte de la verdad, y es este: que la oración no puede producir resultados ciertos, porque los decretos de Dios han establecido todas las cosas y esos decretos son inmutables. Ahora no tenemos deseos de negar la afirmación de que los decretos de Dios han establecido todos los sucesos. Creemos plenamente que Dios en su presencia ha predestinado todo lo que sucede en el cielo 0 abajo en la tierra, y que el conocimiento anticipado de la posición de un junco a la orilla del río es tan fija como la posición del rey en el trono y «el tamo del amo del aventador es dirigido como las estrellas en sus órbitas.» La predestinación abarca lo grande y lo pequeño, y alcanaza a todas las cosas. La pregunta es, «entonces, ¿por qué orar?» Con la misma lógica, ¿no se nos podría pedir que respiremos, comamos, nos movamos o hagamos algo? Tenemos una respuesta que nos satisface: nuestras oraciones están en la predestinación, y que Dios ha ordenado las oraciones de su pueblo al igual que todas las demás cosas, y cuando oramos, estamos produciendo eslabones en la cadena de los hechos ordenados. El destino decreta que ore; yo oro; el destino decreta que me sea respondida, y recibo la respuesta.

Pero tenemos una respuesta mejor que todo esto. El Señor Jesús se adelanta, y nos dice esta mañana: «Querido hijo mío, no debes preocuparte del decreto de Dios, nada hay en ellos que sea incongruente con el hecho de que tus oraciones sean contestadas. `Yo os digo, pedid y os será dado.’ » Ahora, quién es el que dice esto? ¡Vamos! es el que ha estado con el Padre desde el principio –«Este era en el principio con Dios»– y él conoce cuales son los propósitos de Dios y cómo es el corazón de Dios, porque ha dicho en otro lugar, «el Padre mismo os ama.» Ahora, puesto que El conoce el decreto del Padre, y el corazón del Padre, nos puede decir con la absoluta certeza de un testigo ocular que no hay nada en el consejo eterno que entre en conflicto con esta verdad y que el que pide recibe, y el que busca halla. El ha leído los decretos de principio a fin. ¿No ha tomado el libro y ha desatado los siete sellos, declarando las ordenanzas del cielo? El os dice que nada hay que esté en contra de tu rodilla doblada y tus ojos mojados con lágrimas, y con el hecho de que el padre abra las ventanas de los cielos para hacer llover sobre ti las bendiciones que estás buscando. Más aun, El mismo es Dios: los propósitos de los cielos son sus propósitos, y aquel que ordenó el propósito aquí da la seguridad de que nada hay en él que impida la eficacia de la oración. «Yo os digo.» ¡Oh, vosotros que creéis en El, vuestras dudas son esparcidas a los vientos, porque sabéis que El oye la oración.

Pero a veces surge en nuestra mente una tercera dificultad, que está asociada con nuestro propio juicio acerca de nosotros mismos y nuestra evaluación de Dios. Sentimos que Dios es muy grande, y temblamos en la presencia de su majestad; sentimos que somos muy pequeños, y que, además, somos viles; y parece una cosa increíble que una insignificancia culpable tenga poder para mover el brazo que mueve el universo. Me pregunto si no es ese temor culpable el que nos impide frecuentemente que oremos. Pero Jesús contesta dulcemente. Dice: «Yo os digo: pedid y se os dará.» Y pregunto nuevamente, ¿quién es el que dice «Yo os digo?» Es aquel que conoce tanto la grandeza de Dios como la debilidad del hombre. El es Dios y desde su excelsa majestad, imagino oírle decir: «Yo os digo: `Pedid, y se os dará.’ » Pero El también es hombre como nosotros, y dice: «No tengas miedo de tu insignificancia, porque yo, hueso de tu hueso, y carne de tu carne te aseguro que Dios oye la oración del hombre.»

Y, sin embargo, si el terror del pecado nos espanta, y nuestro pesar nos deprime, yo os recordaría que cuando dice, «Yo os digo,» Jesús nos da la autoridad, no solo de su persona, sino de su experiencia. Jesús era dado a orar. Nunca nadie ha orado como él lo hizo. El pasaba las noches en oración, y días enteras en ferviente intercesión. El es quien nos dice: «Yo os digo, `Pedid y se os dará.'» Los veo descender fresco de entre los brezos del monte, entre los cuales arrodillado había pasado la noche en oración, y dice: «Discípulos míos, pedid y se os dará, porque yo he orado y me ha sido dado. «Fue oído en aquello que temía, y por lo tanto, nos dice: «Yo os digo, llamad y se os abrirá.» E imagino oírle hablar así desde la cruz, con su rostro resplandeciente por el primer rayo de luz después que hubo sufrido nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, y hubo sufrido nuestros dolores hasta el último tormento. El había clamado: «Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?» y ahora, habiendo recibido una repuesta, clama triunfante: «Consumado es,» y hecho esto, nos manda: «Pedid y se os dará.» Jesús ha probado el poder de la oración.

Además, recordad que si Jesús nuestro Señor, podía hablar positivamente aquí, hay razones mayores aun para creer en El ahora, porque ha traspasado el velo, se ha sentado a la diestra de Dios el padre, y la voz que ahora nos viene no nos llega del hombre pobre que usa una túnica sin costura, sino del sacerdote entronizado que lleva sobre sus lomos un cinto d~ sobre sus lomos, porque es él quien ahora dice, desde la diestra de Dios : «Yo os digo, pedid y se os dará,» ¿No crees en su nombre? Sí crees. Entonces, ¿cómo podría caer en tierra una oración que se ofrece sinceramente en ese nombre? Cuando presentas tu petición en el nombre de Jesús, una parte de su autoridad refuerza tus oraciones. Si tu oración es rechazada, Cristo es deshonrado. No puedes creer que ello pueda ocurrir. Puesto que has confiado en él, cree que la oración ofrecida por medio de él debe tener éxito y lo tendrá.

No podemos quedar por más tiempo en este punto, pero confiamos en que el Espíritu Santo impresionará con él los corazones de todos nosotros.



II. Ahora recordaremos que NUESTRO SEÑOR NOS OBSEQUIA UNA PROMESA

Nótese que la promesa se da para diversas variedades de oración: «Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.» El texto claramente afirma que todas las formas de oración verdadera serán escuchadas, con la condición de ser presentadas por intermedio de Jesucristo, y son para bendiciones prometidas. Algunas son oraciones vocalizadas los hombres piden; no debemos jamás dejar de ofrecer la oración expresada por la lengua, porque la promesa es que el que pide será oído. Pero, hay otros que sin descuidar la oración activa, porque por el uso humilde y diligente de los medios ellos buscan las bendiciones que necesitan. Sus corazones hablan a Dios por medio de sus anhelos, sus esfuerzos, sus emociones y sus trabajos. Que no cesan de buscar, porque ciertamente hallarán. Hay otros que, en su ardor combinan las formas más apasionadas, actuando y hablando, porque llaman es una forma intensa de pedir y una forma vehemente de buscar. Así la oración crece desde el pedir –que es su vocalización, su declaración–, hacia el buscar, –que es suplicar–; y llamar –que es importunar. Para cada una de estas etapas de la oración hay una promesa clara. El que pide, tendrá aquello que más pidió. Pero en el que busca yendo más allá, encontrará, disfrutará, estrechará entre sus manos, sabrá que ha obtenido. Y el que llama, irá más lejos aún, porque entenderá, y se le abrirán las cosas preciosas. No solamente tendrá la bendición y la disfrutará, sino que la comprenderá, «entenderá con todos los santos cuáles sean las alturas y las profundidades.»

Sin embargo, quiero que notéis lo siguiente, que lo abarca todo: sea cual fuere la forma de oración tendrá éxito. Si solamente pedís recibiréis; si buscáis, hallaréis, si llamáis, os será abierto, pero en cada caso os será hecho conforme a vuestra fe. Las cláusulas de la promesa que tenemos ante nuestros ojos no se nos presentan colectivamente, como decimos en derecho: el que pide y busca y llama, recibirá, el que busca hallará y al que llama le será abierto. No es cuando combinamos las tres cosas que recibimos la bendición, aunque indudablemente si las combinamos recibiremos una respuesta combinada; pero si ejercemos solamente una de estas tres formas de oración, de todos modos tendremos lo que nuestra alma necesita.

Estos tres métodos de oración ejercitan una variedad de nuestra gracia. Los padres comentan en cuanto a este pasaje que la fe pide, la esperanza busca y el amor llama, y vale la pena repetir ese comentario. La fe pide porque cree que Dios dará; habiendo pedido, la esperanza espera, y en consecuencia busca la bendición; el amor lleva más cerca aún, y no recibirá una negativa de Dios, antes bien desea entrar en su casa, cenar con El, y por eso llama a su puerta hasta que le abre. Pero, regresamos a nuestro punto original. No importa cuál es la gracia que se ejerce, una bendición corresponde a cada una. Si la fe pide, recibirá; si la esperanza busca, hallará; y si el amor llama, le será abierto.

Estos tres modos de orar nos convienen en diferentes estados de angustia. Allí estoy, pobre mendigo, a la puerta de la misericordia; pido y recibiré. Pero me extravío, de modo que no puedo hallar a Aquel a quien una vez pedí tan exitosamente; entonces puedo buscarlo con la certeza de que la hallaré. Y si estoy en la última de las etapas, no solamente pobre y confundido, sino también inmundo como para sentirme separado de Dios, como leproso que es echado fuera del campamento, entonces puedo llamar y la puerta se me abrirá.

Cada una de estas diferentes descripciones de las oraciones es sobremanera sencilla. Si alguien dijese: «No puedo pedir,» nuestra respuesta sería: «no entiendes la palabra.» Con toda seguridad toda persona puede pedir. Un niño pequeño puede pedir. Mucho antes que el bebé sepa hablar, ya puede pedir. No necesita palabras para pedir lo que necesita, y no hay uno solo entre nosotros que esté incapacitado para pedir. No es necesario que las oraciones sean hermosas. Creo que Dios aborrece las oraciones hermosas. Cuando oramos, mientras más sencilla nuestra oración mejor; el lenguaje más sencillo, el más humilde que expresa lo que queremos significar, es el mejor de todos.

La segunda palabra es buscad, y ciertamente no hay dificultades con buscar. Podría haber dificultades para encontrar, pero no las hay en el buscar. Cuando la mujer de la parábola perdió el dinero, ella encendió una luz y lo buscó. No creo que haya estado alguna vez en la universidad, o que fuera calificada como doctora en medicina, o que hubiera estado ante la Junta Escolar como mujer de sentido superior, pero ella podía buscar. Todo el que desea hacerlo, puede buscar, sea hombre, mujer o niño; y para estimularles, no se da la promesa en alguna forma filosófica en particular en cuanto al buscar, sino establece simplemente «el que busca encuentra.» Luego tenemos el llamar: bueno, eso es algo que no reviste mayor dificultad. Nosotros lo hacíamos cuando éramos niños, lo que a veces era demasiado para la comodidad de los vecinos. Y en casa, si el aldabón estaba demasiado elevado para nuestra estatura, siempre encontrábamos métodos y medios para llamar. Una piedra nos daba el mismo servicio, o el tacón de la bota. Cualquier cosa servía para golpear la puerta. De ningún modo estaba más allá de nuestra capacidad. Por tanto, Jesús lo pone de esta manera como para decirnos: «No necesitas tener escolaridad, preparación, talento ni ingenio para orar. Pide, busca, llama, eso es todo, y hay una promesa para cada una de estas formas de orar.»

¿Creeréis la promesa? Es Cristo quien la da. Jamás ha salido de sus labios una mentira. Oh, no dudéis de El. Si has orado, sigue orando, y si nunca has orado, Dios te ayude para que comiences hoy.



III. Nuestro tercer punto es que JESUS DA TESTIMONIO DEL HECHO DE QUE LA ORACION ES OIDA

Habiendo dado una promesa, luego añade, en efecto: «Podéis estar completamente seguros de que esta promesa será *****plida, no solamente porque yo lo digo, sino porque es y ha sido siempre así.» Cuando un hombre dice que mañana por la mañana saldrá el sol, le creemos, porque siempre ha sido así. Nuestro Señor nos dice, como hecho indiscutible, que a través de todas las edades el verdadero pedir ha sido seguido por el recibir. Recordad que quien afirma este hecho lo conoce. Si yo afirmara un hecho, podrías responderme: «Sí, en lo que respecta a lo que tú has observado, es verdad,» pero la observación de Cristo no tiene límites. Jamás ha habido una oración verdadera que no la haya conocido él. Las oraciones aceptables al altísimo le llegan por la vía de las heridas de Cristo. De aquí que el Señor Jesús puede hablar por conocimiento personal, y su declaración es que la oración ha tenido éxito: «Todo el que pide recibe, y el que busca encuentra.»

En este punto debemos suponer, desde luego, las limitaciones que iniciaría el sentido común ordinario, y que son establecidas por las Escrituras. No es que todo el que pida con frivolidad o maldad a Dios vaya a lograr lo que pidió. Dios no contestará cada petición necia, ociosa y deconsiderada del corazón no regenerado. De ningún modo. El sentido común panTñ el límite. Además las Escrituras pone su límite. «No tenéis porque no pedís, o pedís mal.» Hay un pedir mal que nunca obtendrá lo que pide. Pero teniendo en cuenta estas cosas, la declaración de nuestro Señor no tiene otra limitación: «Todo el que pide recibe.»

Cabe recordar que frecuentemente, aun cuando los impíos y los malvados han pedido a Dios, han recibido. Con mucha frecuencia en el día de angustia han clamado a Dios, y él les ha respondido. «¿Cómo te atreves a decir eso?,» dice alguno. No lo digo yo, lo dice la Escritura: La oración de Acab fue contestada y el Señor dijo: «¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa.» Así también, el Señor oyó la oración de Jocaz, el hijo de Jehú, que hizo lo malo delante de Jehová (2 Reyes 13:1-4). Los israelitas también, cuando por sus pecados fueron entregados a sus enemigos, clamaron a Dios pidiendo liberación, y recibieron su respuesta, sin embargo, el Señor mismo testifica respecto de ellos que sólo lisonjean con sus bocas.

¿Esto te hace vacilar? ¿No escucha él a los jóvenes cuervos cuando claman?» Piensas que no oíra al hombre que está hecho a Su imagen? ¿Lo dudas? Recuerda a Nínive.Las oraciones ofrecidas en Nínive, ¿eran oraciones espirituales? ¿Has oído hablar alguna vez de una iglesia de Dios en Nínive? Yo no, y creo que los ninivitas no fueron visitados por la gracia de la conversión; más bien fueron convencidos por la predicación de Jonás de que estaban en peligro delante del gran Jehová, y proclamaron ayuno y se humillaron, y Dios oyó su oración, y por un tiempo Nínive fue preservada. Muchas veces, en el tiempo de la enfermedad yen el tiempo de dolor, Dios ha atendido a las oraciones de los ingratos y los malos. ¿Piensas que nada da sino a los buenos? ¿Te has quedado al pie del Sinaí y has aprendido a juzgar según la ley de los méritos? ¿Qué eras cuando comenzaste a orar? ¿Eras bueno y justo? ¿No te ha mandado Dios que hagas bien a los malos? ¿Crees que El te mandaría hacer algo que él mismo no haría? ¿No ha dicho que envía la lluvia sobre justos e injustos, y es así? ¿No está dando cotidianas bendiciones a quienes le maldicen? y hace bien a aquellos que despectivamente le utilizan? Esta es una de las glorias de la gracia de Dios. Y cuando ya no queda nada de bueno en el hombre, si de su corazón se eleva un clamor, el Señor se digna con mucha frecuencia a enviarle alivio en su tribulación. Ahora bien, si Dios ha oído las oraciones aun de Hombres que no le han buscado de la manera más elevada, y les ha dado liberación temporal en respuesta a sus clamores, ¿no te oirá con mayor razón cuando te humillas en su presencia, y desea ser reconciliado con El? Por cierto que éste es un argumento.

Pero para entrar de lleno en el punto respecto de las oraciones verdaderas y espirituales, todo el que pide, recibe sin ninguna limitación. No ha habido un solo caso de un hombre que estuviera realmente buscando bendiciones espirituales de Dios, que no las haya recibido. El publicano estaba de pie alejado, y tan quebrantado de corazón que no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Sin embargo, Dios lo miró desde arriba. Manasés yacía en la oscura mazmorra. Había sido un cruel perseguidor de los santos; nada había en él que pudiera servirle de recomendación ante los ojos de Dios. Pero Dios lo oyó desde sus prisiones y concedió libertad a su alma. Por su propio pecado Jonás llegó al vientre del gran pez. En el mejor de los casos era un siervo de Dios petulante. Sin embargo, desde el seno del infierno clamó y Dios le oyó. Todo el que pide recibe, y el que busca halla y al que llama se abrirá.» Todo el que. Si necesitara evidencias podría encontrarlas en este tabernáculo. Lo podría preguntar a cualquiera que haya encontrado a Cristo, para dar testimonio de que Dios oyó sus oraciones. Yo no creo que entre los condenados al infierno haya alguien que se atreva a decir, «Yo busqué al Señor y él me rechazó.»

No se hallará en el día final de la rendición de cuentas una sola alma que pueda decir: «Llamé a la puerta de la misericordia, pero Dios se negó a abrirla.» No habrá una sola alma que se puede poner de pie ante el gran trono blanco y pueda reclamar: «Oh Cristo, yo habría sido salvado por ti, pero tú no me quisiste salvar. Me puse en tus manos, pero me rechazaste. Arrepentido pedí que tuvieras misericordia de mí, pero no la obtuve.» Todo el que pide recibe. Ha sido así hasta el día de hoy, y será así hasta que Cristo venga. Si tienes dudas, haz la prueba, y si ya has probado, prueba nuevamente. ¿Estás vestido de harapos? No importa, todo aquel que pide recibe. ¿Está inmundo por el pecado? No tiene importancia, Todo el que busca, encuentra. ¿Te sientes como si estuvieras del todo destituido de Dios? Tampoco importa,» llamad y se os abrirá, porque todo e1 que pide recibe.» «¿No hay alternativa allí?» Sin duda la hay, pero ello no altera esta verdad que no tiene limite alguno; «todo el que.» ¡Qué rico es este texto!» «Todo el que puede, recibe.

Cuando nuestro Señor dijo estas palabras, él podría haber recurrido a su propia vida como evidencia. En todo caso, nosotros podemos referirnos a ella ahora y demostrar que nadie pidió de Cristo sin recibir. La mujer sirofenicia al principio fue rechazada cuando el Señor la llamó perrillo, pero cuando ella tuvo el valor de decir: «Sin embargo, los perrillos comen las migajas que caen de la mesa,» ella descubrió que todo aquel que pide recibe. Aquella mujer que desde atrás vino al Señor, apretado por la multitud, y tocó el borde de su túnca, no estaba pidiendo, estaba buscando, y encontró.

En respuesta a todo esto me parece oír la queja lamentable de alguien que dice: «He estado clamando a Dios por mucho tiempo pidiéndole salvación; le he pedido, le ha buscado y he llamado, pero no me ha venido todavía.» Bien, querido amigo, si se me pregunta, quien tiene la verdad, Dios o tú, yo sé qué partido tomar, y te aconsejaría que creas en el Señor antes de creer en ti mismo. Dios oirá la oración, pero, ¿sabes que hay algo antes de la oración? ¿Qué es? El evangelio no es todo el que ora será salvo. No, ese no es el evangelio. Creo que será salvo, pero ese no es el evangelio que se me ha ordenado predicaron. «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura; el que»– ¿quién? ¿qué cosa?– «el que creyere y fuere bautizado será salvo.» Ahora, tú le has estado pidiendo a Dios que te salve, ¿esperas que él te salve sin que creas y seas bautizado? Seguramente no has tenido la insolencia de pedir a Dios que anule su propia palabra. ¿No podría decirte: «Haz lo que te he ordenado, cree en mi Hijo: el que cree en el, dice alguien– «confío en él plenamente.» ¡Alma, no pidas más salvación! ¡Y la tienes¡ ¡Eres salvo! Si confías en Jesús de todo corazón, tus pecados te son perdonados y eres salvo. Y la próxima vez que te acerques al Señor, vé a él con alabanza unida a tu oración, y canta bendiciendo su nombre.

«Pero, ¿cómo puedo saber que soy salvo? dice alguien. Dios dice: «El que creyere y fuere bautizado será salvo.» ¿Has creído? ¿Has sido bautizado? ¿Sí? Entonces eres salvo. ¿Cómo lo sé? Lo sé en base a la mejor de las evidencias de todo el mundo. Dios dice que lo eres. ¿Necesitas otra evidencia aparte de esta? «Quiero sentirlo.» ¡Sentirlo! ¿Son los sentimientos tuyos mejores que el testimonio de Dios? ¿Tratarás a Dios de mentiroso pidiéndole más señales y evidencias aparte de su segurísima palabra de testimonio? No tengo otra evidencia aparte de su segurísima palaba de testimonio. No tengo otra evidencia en este día en que me atreva a confiar respecto de mi salvación sino esta: que descanso en Cristo solamente con todo mi corazón, alma y fortaleza. «Otro refugio no tengo,» y si tienes esa evidencia, es toda la evidencia que necesitas buscar este día. Después vendrán a ti otros testimonios de la gracia en tu corazón, y en ti formarán racimos y adornarán la doctrina que profesas, pero ahora, tu primera preocupación debe ser creer en Jesús.

«He pedido fe,» dice uno. Bueno, ¿qué quieres decir con ello? Creer en Jesucristo es en don de Dios, pero además debe ser un acto tuyo. ¿Piensas que Dios creerá por ti, o que el Espíritu Santo cree en lugar de nosotros? ¿Qué tiene que creer el Espíritu Santo? Tú debes creer por ti mismo o te pierdes .El no puede mentir. ¿No creerás en El? El tuerce que se le crea, confía en él y serás salvo, y tu oración será contestada.

Me parece oír a otra que dice: Cono en que ya he sido salvado; pero estoy esperando la salvación de otros en respuesta a mis oraciones»; Querido amigo, lo tendrás. «El que pide recibe; y el que busca encuentra, y el que llama, se abrirá.» «Pero yo he buscado la conversión de tal persona durante años con mucha oración.» La tendrás, o sabrás algún día por qué no ha podido ser, y quedarás contento con ello.

Sigue orando con esperanza. Hay muchos que han tenido la respuesta a sus oraciones por otros después de muertos. Creo que les ha hecho recordar otra ocasión del padre que durante muchos años oró por sus hijos e hijas, y sin embargo, no solo no se convirtieron sino que se hicieron sobremanera mundanos. Llegó el tiempo de morir. Reunió sus hijos alrededor de su lecho, esperando dar un testimonio tal de Cristo en el último momento que pudiera ser bendecido por la conversión de ellos. Pero infelizmente para él, tuvo gran angustia en su alma, porque tenía dudas de su propio interés en Cristo. El era uno de los hijos de Dios que llegan al lecho de muerte en tinieblas. Pero el peor de todos sus temores era que sus queridos hijos se dieran cuenta de su angustia y quedaran con prejuicios en contra de la religión. El buen hombre fue sepultado y sus hijos estuvieron en el funeral, y Dios contestó la oración del hombre ese mismo día, porque cuando se retiraban del sepulcro, se decían unos a otros: «Hermano, nuestro padre tuvo una muerte muy infeliz.» «Sí, hermano; yo estaba muy asombrado por ello, porque nunca vi un mejor hombre que nuestro padre. «Ah,» dijo el primer hermano, «si un hombre santo como nuestro padre encontró que era difícil morir, para nosotros será una cosa terrible cuando llegue el momento, porque no tenemos fe.» El mismo pensamiento los había golpeado a todos, y los condujo hasta la cruz, de modo que la oración del buen hombre fue oída de un modo misterioso. El cielo y la tierra pasarán, pero mientras Dios viva, la oración debe ser oída. Mientras Dios sea fiel a su palabra, las súplicas no son vanas. El Señor os dé gracia para ejercitaros en ellas continuamente. Amén.

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