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Adentrándonos A Lo Desconocido De La Mano Con Dios

Un viejo amigo me llamó el otro día. Después de las habituales risas y la buena y benevolente platica, me ordenó que me pusiera mis pantalones Levi’s, mis botas más sucias y una camisa de manga larga que “no fuera a extrañar cuando se arruine”

“¿Qué…?”
“Te estoy hablando de la espeleología” fue su respuesta.

“¿Espeleolo… qué? Pregunté. Mi mente se quedó completamente en blanco. Rápidamente alcancé un diccionario Webster y comencé a buscar en la sección de la letra “E” e-s-p-e…l-e-o-…l-o-g–ía y leí que la espeleología es: “La exploración de las cuevas”.

La Espeleología es un deporte de buena fe, se practica en todo el mundo por una raza poco común de excursionistas por debajo de la superficie. Los que practican este deporte se llaman espeleólogos. Cuanto más leía más intrigado me sentía.

El espeleólogo no es el entusiasta común y corriente. Él es más feliz bajo tierra a miles de pies que en un restaurante elegante. Inhala profundamente para llenar sus pulmones con aire rico, húmedo y rancio. Lo que llamamos claustrofobia, él lo llama acogedor. Su pájaro favorito es el murciélago. Moverse a través de una grieta subterránea es puro éxtasis.

Las herramientas para su locura subterránea incluyen un casco, linterna de protección, botas, almohadillas y cuerdas. Este deportista tiene toda la apariencia de un minero de carbón bajo tierra.

Mientras miraba más cerca, no pude dejar de notar las asombrosas similitudes entre un espeleólogo y un pastor-docente.

Las cuevas, como las iglesias, difieren en tamaño y dificultad. Algunos han cerrado oficialmente debido a las siempre cambiantes y peligrosas condiciones. Irónicamente, la cueva más larga del mundo, con más de 400 Kilómetros, se encuentra en el cinturón de la Biblia, en el Sur de Kentucky.

Aquellos que exploran estos pasadizos subterráneos y los que viven en los pasillos de la iglesia tienen mucho en común. Ninguno de los dos cuenta las horas. Pero por razones de seguridad, ambos mantienen una constante vigilancia sobre su fiel brújula- La cual es sumamente importante para saber qué camino es hacia arriba. Ambos,  el excursionista y el pastor, tienen un insaciable apetito, cada vez más profundo que nunca. Y, a la vez se preguntan por qué más habitantes de la superficie no se toman el viaje con ellos.

Tanto el espeleólogo como el pastor han probado la emoción de ir a donde pocos han ido. El uno busca la oscuridad de las cuevas en busca de las pistas de la naturaleza. El otro busca la palabra de Dios (“…una lámpara a [nuestros] pies y lumbrera para [nuestro] camino.”) para resolver los problemas de la vida con respuestas eternas. Y ambos descubren tesoros ocultos que no se encuentran en ningún otro lugar.

Un espeleólogo habla en código. Por ejemplo, si anuncia que ha encontrado un fregadero de cocina, una bañera y un cabezal de ducha, un civil sin experiencia podría suponer que ha estado en Home Depot.

Si él dice que está en busca de tocino, palomitas de maíz, y el pudín, pocos sabrían que está en busca de formaciones minerales raras y naturales que se encuentran en el interior de la corteza terrestre.

De la misma manera, los pastores, también,  viven con frases de código similar: “Él debe crecer y yo debo menguar”, es nuestra oración constante. “Estudia para mostrarte aprobado a ti mismo,” es nuestras tareas diarias. “Predica la palabra, insiste a tiempo y fuera de tiempo, “es nuestra descripción de trabajo permanente.

“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,” es nuestro objetivo. “Bien hecho, siervo bueno y fiel”, es nuestra meta.

El seminario es donde a muchos de nosotros nos enseñaron técnicas de la exploración avanzada. Nuestra Biblia de espeleología llegó conforme hemos aprendido de los exploradores veteranos quienes abrieron El Libro y enseñaron acerca de nuestro Dios maravilloso. Y hoy somos los veteranos a la próxima generación de exploradores.

Cada semana nuestros estudios nos llevan profundamente a la Palabra de Dios para encontrar la verdad. Y cada fin de semana resurgir para dar a conocer a otros muchos misterios de los colores de Dios. Luego, el lunes, volvemos a entrar en las profundidades cavernosas de la escritura para descubrir más.

Que obra tan aventurosa tenemos.

Al igual que los espeleólogos, tenemos nuestros altibajos. A veces llegamos a casa magullados y exhaustos con poco que mostrar por nuestros esfuerzos. De forma rutinaria, nos cansamos en este trabajo, sin embargo, nunca de él. Pero, nuestras constantes búsquedas a través de la Palabra de Dios, y el privilegio de descubrir su belleza, son en sí mismas recompensas.

 

¿Quién podría pedir una asignación más emocionante?

 

Bendiciones,

Ron Walters

Vicepresidente de Relaciones Ministeriales

 

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